“—¿No vas a contestar? —le preguntó de nuevo Pilato—. Mira de cuántas cosas te están acusando. Pero Jesús ni aun con eso contestó nada, de modo que Pilato se quedó asombrado. Marcos 15:4-5 NVI
Queridos amigos, en este caso el silencio de Jesús fue más elocuente que mil palabras. ¿Qué podía haber dicho para refutar las mentirosas acusaciones en su contra?
Cuando la injusticia es total, cuando todos están confabulados, no existe forma de defenderse. En ese caso decir cualquier cosa en defensa propia habría equivalido a pataleos de ahogado, mejor callar guardando la dignidad.
Jesús guardó silencio porque no había nada más para decir. La maquinación para la gran tragedia estaba siendo magistralmente consumada. Por un lado, Jesús sabía de la necesidad de su muerte, el tiempo había llegado para dar su vida y salvar al mundo, no estaba en sus planes prolongar el juicio para intentar salvarse, pero por otro lado estaba la injusticia.
Los judíos primero lo habían acusado de ser blasfemo, un delito ante el Sanedrín que no era suficiente para llevarlo ante la ley romana. Los judíos no podían sentenciar a sus acusados con la pena de muerte; para crucificar a Jesús era necesario un tribunal romano. El ser colgado en un madero (muerte de cruz) incluía la maldición de Dios. De esa manera se desharían del problema y convencerían al pueblo de que Jesús estaba bajo la maldición de Dios.
Pilato no haría nada en temas religiosos que no quería entender, se necesitaba un motivo político. Se inventaron una mentira eficaz, denunciaron a Jesús por provocar disturbios, por conspirar contra el César haciéndose pasar por rey, además de incitar al pueblo para no pagar tributo. Las acusaciones eran completamente falsas y Pilato lo sabía, pero más le importaba mantener las buenas relaciones políticas, que hacer justicia.
Defenderse de los judíos hubiera sido completamente infructuoso, pues el odio de sus líderes generaba una muralla infranqueable para cualquier argumento o reflexión. Apelar a Pilato también era inútil, porque él no tenía la valentía suficiente como para enfrentar a la multitud. Su cobardía dejaría que la turba lo manipulase a tal punto, que Jesús sabía que no tenía sentido abrir la boca.
Ya se había dicho todo, ya no era necesario decir nada más. En su ignorancia los judíos estaban promoviendo el cumplimiento del plan divino. Ya nada podía detener el cumplimiento de la obra que había venido a consumar en la tierra.
Jesús es el máximo ejemplo de dominio propio, de paz y de confianza en el Dios Padre. Nadie, ni criminal ni inocente, podría acercarse a su ejemplar comportamiento. Demostró férreamente que cumplir la voluntad del Padre está delante de todas las cosas.
Como suele suceder en muchos casos, la política, y no la religión, es el factor decisivo para que cosas malas sucedan. Solo un personero de estado injusto podía haber condenado al ser más bueno y justo de la historia antigua, presente y futura.
Pilato hizo el esfuerzo hipócrita de decirle a la gente que no veía ningún motivo de muerte en el acusado, pedía una explicación, pero la multitud, manipulada por los líderes judíos, gritaba cada vez más sin la mínima intención de responder al cuestionamiento del oficial romano. Es imposible apelar a una jauría de perros hambrientos, una estrategia utilizada comúnmente por los políticos.
Nuestro Señor no abogó por su propia causa y se encomendó a Aquel que juzga con justicia (1 Pedro 2:23), como oveja muda delante de sus trasquiladores, así no abrió Él su boca (Isaías 53:7). Y la profecía se cumplió.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.