Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios. Miqueas 6:8 RVR1960
Queridos amigos, se suele entender equivocadamente que las obras dedicadas a Dios son un acicate para que Él obre a favor de quien las realiza.
Durante una cena de amigos escuché que una persona había “convenido” con Dios, que dejaría de fumar si su hija se sanaba. Como la muchacha sanó entonces ya no fuma. El hecho de haber dejado de fumar es muy bueno para su salud, pero no creo que el incentivo ofrecido a Dios haya tenido algún impacto sobre Él, pero a pesar de todo, Él pudo haber actuado con misericordia sobre la enferma.
Al igual que el pueblo de Israel muchos durante la historia de la humanidad y también en estos tiempos quieren satisfacer a Dios con obras. Los israelitas buscaron apaciguar a Jehová con holocaustos, pero Dios no quiere sacrificios, Él desea que le reconozcan y le respeten como Dios, y que quienes afirman amarlo, sean misericordiosos (Oseas 6:6).
Los actos religiosos y sus rituales, como por ejemplo el sistema de sacrificios de los israelitas, terminan siendo actos insulsos si no van acompañados de fe y obediencia. Una religión que es solamente externa no puede satisfacer las expectativas de Dios, pues hará todos los esfuerzos por realizar obras, que no son de olor fragante para Él.
Los sacrificios del Antiguo Testamento tenían sentido por su referencia al Señor Jesucristo, quien es descrito como el Cordero perfecto, quien se entregó para el sacrificio perfecto, único y definitivo. Solo la sangre de Cristo quita el pecado, y no así, aquella derramada en cantidades impresionantes a través de los sacrificios rituales de animales.
Si se piensa que con obras, incluidos pequeños sacrificios, como dejar de fumar, realizar duras caminatas, recorrer trechos de rodillas o hacer donaciones, se conseguirá el favor de Dios, es una grave equivocación. Él quiere que se reconozca a su Hijo Jesucristo y que se entienda la razón de su expiación.
Cuando se llega a tener la dolorosa y profunda convicción de la culpabilidad propia por el pecado y la justa consecuencia de la ira que se despierta sobre Dios, entonces se han sentado las bases para una nueva esperanza, y a partir de ese punto la búsqueda de perdón y paz con Dios son acompañadas de genuino arrepentimiento, es decir un cambio radical de vida.
Dios no puede agradarse de nadie si el pecado, que genera un abismo entre el humano y Él, no es quitado. La única manera de erradicar el pecado es a través de la muerte expiatoria de Jesucristo, quien paga, como fiador del pecador, por todos sus pecados bajo la condición de que se le reconozca por fe como Señor y salvador. Esto conduce al pecador a una reconciliación con Dios y a que éste esté en paz con Él.
Dios le ha declarado a la humanidad lo que es bueno, eso se traduce en los deberes morales que el hombre debe cumplir. No existe un solo ser dentro de sus cinco sentidos que pueda afirmar que matar o robar es bueno, eso se da por el sentido moral que Dios ha implantado en todos los humanos.
Quizás la expresión “solamente” del versículo nos pueda sonar a una minimización, pues hacer justicia, amar misericordia y humillarse ante Dios no es nada fácil para la condición caída del hombre natural, y exige mucha dedicación por parte del hombre espiritual. Pero desde la perspectiva de los eruditos de Israel era poco, pues habían hallado en las escrituras 613 preceptos que cumplir.
Dios esperaba del pueblo de Israel una reacción moral en sustitución a sus actos rituales religiosos. Se podría parafrasear diciendo “de la enorme cantidad de obras que hacen y que deben realizar solamente les pido tres cosas”.
Para aquellos que conocen la Biblia en toda su extensión, la obra y el plan de Dios también son conocidos, incluso llegan al conocimiento de los tiempos futuros, que Dios ha decidido manifestar. Ellos tienen ventaja sobre los antiguos, porque principalmente saben de Jesucristo y su maravillosa obra. Por lo tanto, discernir que hacer justicia, amar misericordia y humillarse ante Dios, van de la mano con los dos grandes mandamientos (Marcos 12:28-34) mencionados por Jesús, para el creyente actual debería ser bastante fácil.
Es alentador saber que existen recompensas por obedecer los mandamientos de Dios en este mundo, como por ejemplo los dones de gozo y paz en el corazón, y la bendición del Espíritu Santo sobre la vida del creyente obediente. Pero la gran recompensa llegará después de haber obedecido los mandamientos en este mundo a través de la promesa de vida eterna.
Algunos dirán que el cristianismo es una religión de incentivos, y se podría hasta aceptar en cierta medida que es así, pero Dios no le pone precio al perdón de pecados, tampoco pone condiciones para la salvación, porque ambos son gratuitos por tratarse de un regalo.
Dios no se beneficia de nuestra obediencia, aunque el bien que podamos hacer le es agradable, y eso se traduce en amarlo. Nosotros somos los directos interesados en poder andar con Él, porque de otra manera nos espera un destino que nadie debería siquiera desear imaginar.
Entonces esforcémonos por vivir haciendo justicia, mostrando misericordia con todos los que nos hacen daño y humillándonos ante Dios por lo inútiles que somos y ante el hombre para mantener la paz y el amor. Recordemos que nuestro Señor dará siempre de su gracia al pecador humilde que espera en Él.
Les deseo un día muy bendecido.
