Y mirando a Jesús que andaba por allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios. Juan 1:36 RVR1960
Queridos amigos, cuando Juan el Bautista se cruzó de nuevo con Jesús volvió a mencionar a sus discípulos que se encontraban delante del Cordero de Dios.
Les hablaba a sus discípulos con máxima claridad para que entendiesen delante de quién estaban. Los estaba preparando para que siguiesen a quien en verdad había y hay que seguir.
¿Qué quería decir al describir a Jesús como el “Cordero de Dios“? Ya desde tiempos antiguos Dios había prescrito el derramamiento de sangre de animales para la remisión de pecados. Pero el sacrificio de animales nunca fue suficiente para pagar la deuda del pecado, pues su efecto era solo el de cubrir las transgresiones.
Era necesario el sacrifico de un “Cordero” perfecto, puro, absolutamente libre de culpa y pecado. La muerte de animales, por ejemplo corderos, nunca fue suficiente para convertirse en muerte sustituta en nombre del hombre, era necesario e imprescindible que un hombre real y verdadero pagase la deuda.
De esa manera Dios envió a su Hijo, que se hizo hombre al ciento por ciento sin dejar ni un solo momento su plena condición de Dios. Esa fue la única manera posible en la que un hombre se pudiese sacrificar por el mundo y fuese agradable a Dios para la paga de pecados. Solo podía ser Jesús y nadie más, porque Él era el único que cumplía con la condición de ser el Cordero de Dios libre de toda impureza, sin mancha.
La muerte de Jesús por una única vez es suficiente para que el Dios Padre pueda perdonar en justicia los pecados del mundo. Esa muerte sacrificial consigue justificar de pecados, pues los redime ante Dios a través del derramamiento de la sangre de Cristo Jesús.
Juan el Bautista hasta que llegó Jesús tuvo una posición de preeminencia, era el primero, pero su fe le condujo a ponerse en el segundo lugar sin la menor duda, sabiendo que su misión había terminado con la llegada del Redentor, su Rey y Señor, de quien dijo no ser digno de desatarle las correas de su calzado.
Para un hombre sin fe habría sido muy duro aceptar dicha “pérdida”, pues implicaba alejarse de sus queridos discípulos, quienes debían seguir al Maestro. Juan el Bautista no tuvo que ser más explícito con los dos discípulos que le acompañaban, probablemente Juan y Andrés, quienes detectaron el significado de Cordero de Dios instantáneamente.
Había que seguir al Mesías, y así fue, los dos discípulos se fueron detrás de Jesús. Juan el Bautista debió sentir el dolor de la pérdida, pero sin resentimiento, sin celos, sin enojo, pues al mismo tiempo debió estar lleno de gozo, pues se regocijaba mucho al oír la voz de quien sabía que era su Señor. Había terminado exitosamente con su misión, él había venido como predicador de arrepentimiento, ahora quedaba buscar el perdón de pecados en el Redentor.
Jesucristo quita el pecado del mundo y salva a quienes creen en su sacrificio, pues dentro de la justicia de Dios el sacrifico de su Hijo es suficiente para perdonar a quienes confiesan con la boca que Jesús es el Señor y creen en el corazón que Dios le levantó de los muertos (Romanos 10:9).
El error más garrafal posible es aferrarse al pecado y no querer soltarlo, especialmente cuando se entiende a qué vino el Cordero de Dios. Tal como Juan el Bautista hizo, es menester de los creyentes verdaderos aprovechar toda ocasión para llevar a la gente a los pies de Cristo, predicando el evangelio de arrepentimiento, conversión y salvación.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.