El que aparta su oído para no oír la ley, Su oración también es abominable. Proverbios 28:9 RVR1960
Queridos amigos, cuando por decisión de mis padres cambié de colegio, sufrí las inevitables consecuencias del cambio en mi primera clase de religión.
Venía de una educación completamente laica donde no existía tal materia. La profesora decidió hacer un repaso de lo avanzado y me preguntó con toda naturalidad, “hijito, ¿cuales son los días de guardar?” Mi respuesta fue quedarme callado, aunque en mi mente me hacía la pregunta ¿de guardar, qué? El momento de vergüenza pasó, mientras continuaban las preguntas.
Quedé pasmado con el conocimiento de mis compañeros, repitieron los diez mandamientos de memoria, y también me pude enterar qué eran esos extraños días de guardar. Muchos de mis nuevos amigos sabían de memoria que había que amar a Dios sobre todas las cosas, pero no entendían lo que realmente significa y menos lo que implica. De igual manera habían memorizado, que no había que decir falso testimonio ni mentiras, sin embargo, mentir era una práctica común, al extremo que muchos sabíamos de las mentiras y las compartíamos en hermanada complicidad.
Saber que hacer algo está mal y hacerlo de todos modos está en nuestra naturaleza caída, sino cómo podríamos explicar el constante ejercicio de transgredir los mandamientos, incluidos, digamos, ¿inocentes niños de primaria? El hombre natural ama el pecado, aunque no lo admita. En tanto que el hombre espiritual aborrece el pecado y admite que sigue pecando.
La ley de Dios se resume en los diez mandamientos. Esta ley es imposible de cumplirla para el hombre, y lo peor es que el incumplimiento es transgresión y eso se llama pecado, lo cual genera elementos suficientes para juicio y castigo, pues el pecado hiere la santidad de Dios y eso sí que es una tremenda agresión, que no puede quedar impune.
Cristo a través de su muerte abre la posibilidad de salvación, no es requisito esforzarse por cumplir la ley, eso se define como obras, más bien es necesario creer en el Señor Jesucristo como Señor y salvador, eso se define como fe. Entonces la salvación es por fe y no por obras. Pero quien tiene fe verdadera también desea cumplir la ley.
Por más cumplidor de las normas éticas y morales que un individuo se muestre en el exterior, su corazón es conocido por Dios, quien con seguridad le dirá: eres merecedor de juicio por tus pecados. Entonces incluso los más “buenos” son sujetos a juicio y castigo, y lo más triste es que nadie se salva de ser, en algún momento, un odiador de la ley.
Tan sencillo como anteponer un deseo o un interés para evitar cumplir la ley de Dios y uno ya se convierte en alguien que no ama la ley. Tan sencillo como trasgredir la ley arguyendo que se trata de algo muy pequeño o muy importante para convertirse en alguien que detesta la ley.
Los inconversos no aman la ley, casi nadie admitirá que la odia, pero ver cómo llevan su vida es suficiente testimonio. Dios no oye las oraciones de aquellos que por el sentido moral que llevan implantado dentro de su ser, llegan a doblar rodillas para pedir perdón por algún pecado muy evidente, pero apenas se vuelven a poner de pie, ya se están preparándo para el siguiente pecado.
Cuán dura la realidad del impío, cuyo pecado es abominación a Dios y cuyas oraciones también lo son. La naturaleza del hombre caído le lleva a negarse con obstinación a obedecer los mandamientos. Lo único que funciona es cambiar de naturaleza a través de la fe en el Señor y la regeneración espiritual a través del Espíritu Santo, que lleva al nuevo nacimiento y a vida nueva.
Es solo entonces cuando Dios escuchará nuestras oraciones sin importar cuán grandes hayan sido nuestros pecados. Él conoce los corazones, si no es evidente que existe arrepentimiento genuino unido al franco deseo de no pecar, Él hará de oídos sordos a cualquier petición, pues le será abominable.
Les deseo un día muy bendecido.