Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación. Por cuanto tú desechaste la palabra de Jehová, él también te ha desechado para que no seas rey. 1 Samuel 15:23 RVR1960
Queridos amigos, pareciera que la desobediencia fuera solo asunto de niños, pero no lo es.
Decirle a un adulto “eres obediente” no suena mucho a cumplido, parece más una burla. Tenemos tan arraigado el concepto de obediencia hacia los mayores y los padres, que no llegamos a pensar en lo sensato de la obediencia cuando somos adultos, porque además deseamos ser obedecidos.
Cuántas veces oí decir, ya no soy un niño mamá, yo puedo decidir solo, cuando una madre estaba dando un sano concejo a su todavía inexperto hijo. La naturaleza humana hace que cada uno busque su camino cometiendo sus propios errores, sin importar si fue desobediente a algún sano consejo.
Todos batallamos con el deseo de gobernarnos a nosotros mismos, haciendo lo que más nos place, porque además nos gusta tener la razón. Esta condición natural del humano conduce a no desear acatar la voluntad de alguien superior, porque no es agradable, va en contra de mis principios personales, a mi nadie me manda, no me da la gana, me cuesta esfuerzo, no estoy de acuerdo, etc.
La demanda de obediencia puede ser parte de un sistema opresivo o parte del deseo de someter a alguien coartando sus libertades. En ese caso una sana resistencia puede ser la reacción adecuada. Pero cuando la exigencia de obediencia está ligada a deseos de protección y de una mejor vida, la rebelión y la obstinación deben ser castigadas.
La desobediencia es común a la raza humana. El primer acto de desobediencia lo cometieron los padres de nuestra raza en el huerto del edén cuando desobedecieron la orden expresa de Dios de no comer un determinado fruto. Así comenzó una larga travesía de historias de desobediencia hasta nuestros días. Y sus consecuencias son funestas, aunque en muchos casos parecería que valió la pena ser desobediente.
Dios demanda obediencia, pero no para gloriarse en su poder, sino porque desea nuestro bienestar, aquí en la tierra y también en el cielo. Sus exigencias están sustentadas en su infinita perfección y sabiduría, ¿habrá algo de maldad o interés en sus órdenes y mandamientos?
Lutero decía que la desobediencia es la esencia del pecado. El que se mantiene firme en su actitud rebelde y obstinada a pesar de advertencias y consejos, no está preparado para prestar atención, porque posee una mente embotada por la falsa confianza de creer saber mejor las cosas.
Saúl también fue obstinadamente desobediente, creyó poder solventar su rebeldía con actos paliativos. Determinó su propio fin como rey de Israel por no hacer caso al mandato de Dios. No tuvo el coraje o la fe suficiente para esperar la llegada de Samuel, quien era el designado por Jehová para realizar los sacrificios.
Un incumplimiento de esa índole no parece tan dramático en estos tiempos, hacer tanto revuelo por la sustitución de un sacerdote y un castigo tan ejemplar como consecuencia, parecen exageradamente demasiado. El problema es la flexibilidad existente en cuanto a la respuesta a la desobediencia, más allá de que los castigos ejemplares, por lo menos en el ámbito doméstico, resultan ser cosa horrenda del pasado.
Con la percepción anestesiada (consciencia cauterizada diría el apóstol Pablo) de éstos tiempos es difícil aceptar ser obediente, especialmente cuando se trata de los asuntos de Dios. Entonces tampoco la actitud de Saúl es para sorprenderse, me imagino que los liberales le tienen pena.
Solo a aquellos, que son bendecidos con la gracia divina, Dios les abre el entendimiento para anhelar ser obedientes a todos sus mandamientos, porque entienden lo que conviene y es bueno. Y Jesucristo es el único camino a esta verdad, solo a través de Él es posible nacer a una vida nueva para vivir de manera radicalmente diferente.
Muchos se vanaglorian por ser obedientes, uno de ellos fue Saul, pero es una obediencia a su manera. Su corazón caído se atrinchera en excusas según ellos válidas para continuar haciendo lo que más les agrada. La desobediencia rebelde y obstinada se compara a pecados tan graves como la hechicería y la idolatría.
Dios no quiere holocaustos y sacrificios, Él prefiere los corazones obedientes que amen hacer su voluntad, que se sometan a sus mandamientos con humildad y sinceridad. No hay mejor cosa que someter la propia voluntad a la perfecta y santa voluntad del Creador.
Les deseo un día muy bendecido.