Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.” 1 Juan 2:16 RVR1960
Queridos amigos, en este contexto el término “el mundo” no se refiere a la creación física de Dios, sino a la mundanalidad, la esfera del mal que está bajo el dominio de Satanás como príncipe de este mundo (Juan 12:31), que influencia a los hombres sobre sus ideales, opiniones, esperanzas, metas, etc. a través de las filosofías, las (falsas) religiones, los sistemas de educación y los modelos económicos y de negocios.
Si bien es cierto que lo mundano externo ejerce fuerte influencia en la vida de las personas, pero lo que más domina el corazón es la mundanalidad interna.
El famoso dicho “dime con quien andas y te diré quién eres”, es muy cierto, pero no necesariamente descubre la esencia. Creo que decir “dime qué deseas y te diré quién eres” se acerca más a la realidad espiritual, la cual es la más relevante.
Un cristiano puede tener amigos inconversos, asistir a reuniones del mundo de diverso tipo y disfrutar de actividades, que no necesariamente convienen ni edifican, pero que son lícitas (1 Corintios 10:23), y eso no le quita su condición de convertido.
Pero si su corazón le dicta seguir los deseos de la carne, es decir que tiene un afán especial por satisfacer sus deseos físicos; lo incita a buscar los deseos de los ojos, que no es otra cosa que codiciar lo que se ve, lo superficial; y lo invita a vanagloriarse, buscando posición social, poder o elevar su nivel de importancia, esa persona, muy probablemente, no es creyente de verdad.
Ninguna de estas cosas se originan en Dios, no provienen del Padre, pues pertenecen al mundo, que no es otra cosa que una representación jactanciosa e intrascendente, que conduce a la perdición. El mundo pasará con sus deseos transitorios y vanas imaginaciones, pero lo que proviene del Padre permanecerá para siempre, aquello que está enraizado en Dios, será permanente, no pasará.
El cristiano es diferente del mundo, vive en el mundo, pero no es del mundo (Juan 17:14-15)), porque ya no está bajo el dominio del pecado, ni está subyugado a los valores del mundo. El creyente genuino está en proceso de acercarse cada vez más a la imagen de Cristo, por lo tanto, su interés por las cosas del mundo va menguando en la medida en que va conformando su mente a la del Señor Jesucristo.
Las cosas del mundo deben usarse de manera adecuada para los usos que Dios les dio, pueden desearse y poseerse, sin que ello represente una transgresión en contra del Padre. El problema nace cuando se las valora y se las usa con propósitos pecaminosos.
El mundo se ocupa sistemáticamente de apartar al hombre del amor de Dios a través del enamoramiento que ejerce con sus encantos. El amor al mundo es opuesto al amor a Dios, mientras más se ama al mundo, menos se ama a Dios. El hombre ama al mundo por naturaleza, para que pueda amar a Dios se requiere de la intervención divina, caso contrario sería imposible que siquiera lo conozca.
Por el poder de Dios el amor que nace en el corazón del hombre no es un afecto pasajero, en tanto que los afectos del mundo son vanagloria y desaparecen rápidamente para finalmente perecer. Los deseos de la carne, los deleites de los ojos y la soberbia de la vida pasan en poco tiempo, pero el anhelo santo de caminar con Dios permanece.
La victoria sobre el mundo es de Dios y comienza en el corazón del hombre nacido de nuevo. Sin la obra regeneradora del Espíritu Santo ningún esfuerzo del hombre natural será eficaz para combatir al mundo. Incluso para el hombre espiritual la seducción del mundo representa un peligro. Para salir airosos de la batalla contra el mundo es necesario velar y orar sin cesar, porque todo es para la gloria de Dios.
Les deseo Un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.