Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos. Hechos 15:11 RVR1960
Queridos amigos, a pesar de las diferencias de opinión que prevalecían en la iglesia de los primeros tiempos, los santos pudieron hallar común acuerdo gracias a su unidad en Cristo.
Después de la impresionante experiencia del apóstol Pedro con el centurión romano Cornelio (Hechos 10) y de las muchas conversiones de gentiles testificadas por Pablo y Bernabé, ya no se ponía en tela de juicio entre los creyentes de la iglesia primitiva la posibilidad de conversión de los gentiles, pues estaba demostrado que Dios no hace acepción de personas y que también bendice con gracia para incluir en su reino a almas de gente de otros pueblos que no sean judíos.
Como si la muerte de Jesucristo no fuese suficiente, los fariseos convertidos insistían en que había que aumentar a Su sacrificio algo más para asegurarse el favor de Dios.
Perseveraban en que era necesaria la circuncisión y el cumplimiento de la ley para ser completamente salvos, al buscar imponer tal pensamiento no solo estaban deshaciendo lo que Dios había hecho, también le estaban tentando.
Los cristianos judíos venían de una vieja tradición y a pesar de su conversión al camino, todavía estaban dominados por el esquema del mundo antiguo, motivo por el cual no tenían la apertura suficiente para amoldarse al modelo nuevo, por ejemplo, tenían el gran temor de que los gentiles convertidos no pudieran mantener el alto nivel moral del judaísmo, argumento que justificaba su posición.
Resultaba que estos judíos nacidos de nuevo no podían separarse de la creencia basada en los esfuerzos del hombre para llegar y mantenerse con Dios, no estaban reconociendo el poder que ejerce el Espíritu Santo sobre los santos, limpiando por la fe los corazones. Su estrechez de mente resultó ser la causa de este grave asunto, que ponía en riesgo la correcta difusión del cristianismo.
Para los apóstoles estaba absolutamente claro que no había nada que añadir a la fe de Jesucristo. Pero por estos judíos legalistas convertidos que no querían dejar de lado su tradición, se estaba generando un desacuerdo, por lo cual decidieron llevar a cabo un primer concilio en Jerusalén. No se trató de una reunión religiosa llena de parafernalias, más bien fue un encuentro bastante sencillo dominado por un diálogo sincero y abierto que llevó a resolver las diferencias existentes.
En el concilio se aclaró que no es necesario ser primero judío para luego ser cristiano, es decir, ni la circuncisión ni el cumplimiento de la ley son esenciales para la salvación. Se clarificó que la salvación es únicamente por gracia, a través de la fe en Jesucristo.
Dios salva por su gracia a los que creen en Jesucristo como Señor y salvador. El hombre no tiene ningún mérito en eso, pues es un regalo de Dios. La salvación no es un premio por las cosas buenas que se hayan hecho, así que ninguno puede jactarse de ser salvo (Efesios 2:8-9).
El apóstol Pablo aseveró que ya no hay judío ni gentil, esclavo ni libre, hombre ni mujer, porque todos los creyentes somos uno en Cristo Jesús (Gálatas 3:28), por lo tanto, tampoco hagamos acepción de personas cuando se trate de hermanos en Jesucristo.
También confirmó que los gentiles convertidos, ya no son unos desconocidos ni extranjeros, son ciudadanos junto con todo el pueblo santo de Dios. Son miembros de la familia de Dios (Efesios 2:19).
Tengamos cuidado de no sacar a relucir al fariseo dentro de nosotros para seguir tradiciones, estructuras religiosas y legalismos (influenciados por terceros), pensando que lo hacemos muy bien.
Recordemos que ser cristiano es vivir en la libertad de Jesucristo, buscando servirle en obediencia. El apóstol Pedro nos preguntaría: ¿por qué desafían a Dios al ponerse cargas adicionales con un yugo que ninguno puede llevar y que no conduce hacia ningún lado?
No se pueden poner de acuerdo entre católicos y protestantes o entre una denominación evangélica y otra, porque lo más probable es que el Espíritu Santo no ha purificado sus corazones. Solo quienes pertenecen a la familia de Dios podrán estar unánimes en Cristo Jesús a pesar de sus diferencias humanas.
Que el Espíritu Santo purifique sus corazones de todo mal.