Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él; pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas. Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios; 1 Juan 3:19-21 RVR1960
Queridos amigos, en mis épocas de impío, me sentía bien al reconocerme pecador, pero no tanto. Según mi propia percepción tenía algunas chispas de pecado, no necesariamente maldad, pero en general era bastante bueno.
Considero que la mayoría de los impíos piensa de manera similar, pues se trata de un pensamiento impregnado por la sabiduría del mundo. Sin embargo, el creyente verdadero no se animaría a decir que es bueno, porque sabe que la bondad es solo de Dios. Basta leer en la Biblia que no hay uno solo bueno, nadie que haga lo bueno (Romanos 3:12).
Tenemos otra confirmación en la historia del joven rico y Jesús: Cuando Jesús salía para irse, vino un hombre corriendo, y arrodillándose delante de Él, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?». Jesús le respondió: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino solo uno, Dios (Marcos 10:17-18). Pero el joven pensaba que era bueno y se fue…
El estar consciente de que no se es bueno, proviene de la revelación de Dios a los nacidos de nuevo. Mientras se vive sin Dios, no se tienen oído ni visión espirituales para discernir la maldad en que se vive, es decir, el pecado constante en la vida de cada ser humano no redimido.
El impío acusará de autoflagelante al creyente que mencione su estado de maldad, que es completamente atribuible a la condición caída del hombre. La ceguera del hombre natural lo lleva a creer que el humano puede ser bueno, si así lo quiere.
Efectivamente, los actos de bondad se ven con cierta frecuencia en este mundo de agresividad egoísta, pero ¿será bondad desprendida de todo interés? La única bondad pura es la de Dios y la que proviene de Él como fruto de su Espíritu en el hombre espiritual.
Si el corazón es engañoso por definición, ¿cómo podemos confiar en él? Pero es posible guiarse en un corazón cambiado, que va acompañado de una mente renovada para vivir de acuerdo a lo que Dios quiere. El Todopoderoso cambia los corazones, a los que son de piedra los convierte en corazones de carne. Eso implica una nueva sensibilidad por las cosas de Dios.
El creyente genuino teme no estar siguiendo los preceptos de Dios como debe ser. Es consciente de sus pecados, pero no tiene la medida para determinar si su amor se acerca al de Jesucristo. Es bueno que nuestra consciencia nos acuse, y cuando así sea, de ninguna manera habremos de justificar nuestra conducta, más bien al contrario, deberemos inclinar humildemente nuestro corazón hacia el amor de Dios.
Cuando identifiquemos nuestra culpabilidad, debemos tener presente que Dios conoce nuestro corazón y el anhelo que tenemos por vivir como a Él le place. Él sabe de nuestras batallas, de nuestras victorias y derrotas en la lucha contra el pecado.
Dios no nos condenará, porque ya fuimos justificados. Pues ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu (Romanos 8:1). También puede que el maligno esté queriendo quebrarnos y esté acusando a nuestra conciencia, pero la voz de Dios es más fuerte, que cualquier voz acusadora.
Con una conciencia tranquila podemos acercarnos a Dios sin temor. Por eso es tan bueno obedecer y hacer las cosas que le son agradables. Entonces nuestra voluntad estará armónicamente alineada a la voluntad de Dios.
Condenarse uno mismo no es espiritualmente sano, el único que puede condenar es Dios. Si nuestro corazón no nos reprende es porque nuestra confianza está puesta en Dios. Saber que Dios obra poco a poco sobre sus siervos infieles hasta convertirlos en completamente fieles antes de su ingreso a Su morada celestial, es un aliciente para esforzarse por ser cada vez más obediente. En la Biblia existen suficientes pruebas objetivas para estar seguros de que podemos confiar en Dios.
Les deseo un día muy bendecido.