Respóndeme, Jehová, porque benigna es tu misericordia; Mírame conforme a la multitud de tus piedades. No escondas de tu siervo tu rostro, Porque estoy angustiado; apresúrate, óyeme. Salmos 69:16-17 RVR1960
Queridos amigos, las preocupaciones, los peligros, las enfermedades, los problemas que se presentan en el diario vivir nos llevan a acercarnos a Dios.
Cuando mi querida hermana falleció pudieron ver al ateo sentado en una capilla católica buscando una explicación ante Dios. Tiempo después, todavía en mi incredulidad, me reí de mí mismo. Hoy observo mi pasado con autocompasión y vergüenza, agradeciendo a Dios por haberme cambiado.
Yo había tratado de acercarme a Dios sin saber quién era Él, simplemente pensando que Él estaba en la obligación de escucharme, porque era YO quien le hablaba y Él era el Dios, que escucha a todos. No entendía de humildad, pues mi orgullo no me permitía ver más allá de mis propias narices. No me acerqué a Dios con mansedumbre, sino con reproche. No me humillé ante Él por haber pecado, porque el arrepentimiento genuino no estaba presente en mi turbado corazón, solo me interesaban mis problemas.
Mi actitud fue la de un cobrador ante un deudor muy moroso, como si el Padre celestial me lo debiera todo. El impío, incluso cuando quiere acercarse a Dios, sigue pecando. No tenía idea de la dimensión de la majestuosidad, poder, infinitud, santidad de Dios y que tales motivos sus criaturas deben tirarse al piso y hundir el rostro en el polvo para no verlo y no morir ante su presencia.
Cuan diferente es todo cuando se tiene una relación con Dios, gracias a su bendición de gracia y a la obra expiatoria de su Hijo, el Señor Jesucristo. Es maravilloso saber que podemos contar con un Dios amoroso y todopoderoso, que escucha nuestras peticiones y súplicas cuando pedimos según su voluntad.
A nadie le gusta sufrir, esa es la naturaleza con la que el Creador nos creó a todos. Los creyentes verdaderos deben enfrentarse al sufrimiento y no escapar de él. El cristiano sufre cuando ve que se encuentra ante un fracaso delante de Dios, y está dispuesto a sufrir el oprobio de los que no conocen a Dios.
Cristo no sufrió porque el sufrimiento fuese un componente de su doctrina, Él sufrió por la maldad de aquellos que lo odiaban. Su doctrina enseña que hemos de ser mansos, humildes y pacificadores, y si es necesario hasta morir para no incumplir dichos preceptos, que así sea.
El sufrimiento clarifica las ideas y ayuda al convertido a limpiarse de su pecado, cuando humillado pide perdón por sus transgresiones. El creyente construye a partir de su miseria su altar de oración.
El convertido sabe que Dios posee una maravillosa bondad amorosa y que sus misericordias son inmensamente tiernas, especialmente para con sus hijos, y sus súplicas se sustentan en tan bellos atributos.
Si Dios tiene dichos atributos, no podría hacer otra cosa que perdonar y santificar al pecador que se acerca a Él con una fe tan firme. Los grandes hombres de la Biblia son grandes por su fe inquebrantable. Tenemos un ejemplo en Job: He aquí, aunque Él me mataré, en Él esperaré (Job 13:15), qué demostración más envidiable de fe.
David se encontraba hundido en aguas profundas, pero sabiendo del poder de Dios, podía confiar en que Él lo rescataría. David sabía de la preciosura de la misericordia de Dios y por tan destacable motivo los hijos de los hombres se amparan bajo la sombra de las alas del Todopoderoso (Salmos 36:7).
Debemos recordar que Dios es soberano y Él favorece a quien quiere favorecer, además que no hay nada en nosotros, que lo pueda motivar a favorecernos, Él lo hace solo y únicamente por amor de su nombre (Salmos 109:21).
Les deseo un día muy bendecido.