Se llevó, pues, David la lanza y la vasija de agua de la cabecera de Saúl, y se fueron; y no hubo nadie que viese, ni entendiese, ni velase, pues todos dormían; porque un profundo sueño enviado de Jehová había caído sobre ellos. 1 Samuel 26:12 RVR1960
Queridos amigos, la Palabra enseña que Dios protege a sus hijos, pero eso no significa que éstos puedan realizar cualquier acto riesgoso, poniendo en peligro su integridad.
Cuando Jesús fue tentado por segunda vez por Satanás, éste le invitó a echarse abajo desde el pináculo del templo, asegurándole que su caída sería frenada por ángeles. Jesús pudo haber saltado en orgullosa demostración de poder, pero la prudencia estaba llamada, y su respuesta fue: No tentarás al Señor tu Dios (Mateo 4:5-7).
Los creyentes no tenemos la libertad de subir a un edificio y saltar con la esperanza de que un ángel esté esperando abajo con los brazos abiertos para amortiguar nuestra caída y evitarnos la muerte, a menos que sea claramente la voluntad de Dios.
David se habría metido en la boca del lobo si su decisión de ingresar en el campamento enemigo no hubiera estado acompañada de la voluntad de Dios. Por supuesto que el acto de David y Abisai fue extremadamente audaz; atravesar un lugar muy resguardado donde era muy difícil ocultarse de los centinelas, pues las hogueras que iluminaban el campamento estaban por todas partes.
David no quería hacer daño al ungido de Dios, a pesar de que Saul estaba dispuesto a destruirlo. Tuvo oportunidad de matar al rey, pero su temor de Dios era superior a sus ansias de defensa propia e incluso de venganza. Llegó a la tienda del monarca dormido para llevarse su lanza y su vasija de agua con el objeto de demostrarle una vez más que no quería su mal y que era inocente de todas las acusaciones que le hacía.
Esta aventura fue impulsada por Dios, pues fue Él quien puso un sueño profundo en los soldados del ejército, incluido Saul, para que nadie se despertara. David escribió en el libro de los Salmos: Por ti he atravesado la tropa; y por mi Dios he saltado sobre la pared (Salmos 18:29). David tuvo que poner su confianza en Dios para emprender tan arriesgada hazaña, pero Dios tuvo que estar de su lado para que todo saliera bien.
Cuán fácil es para Dios debilitar al fuerte, confundir al inteligente o convertir en necio al sabio; a pesar de ello no se la puso fácil a David, pues tuvo que esperar por buen tiempo pasando varias peripecias, hasta que le llegó la corona prometida.
David resistió la tentación de llegar al reinado con métodos alejados de la voluntad de Dios, dejó todo en manos de su Señor y tuvo paciencia. El futuro rey tuvo que ser muy valiente; demostró gran valentía en muchos momentos de su vida, cuando joven enfrentó un león y también a un oso, antes de pelear con el gigante Goliat paladín de los filisteos y vencerlo. Fue líder de muchas batallas exitosas y venció a muchos ejércitos.
Se podría decir que tenía la valentía en la sangre, pero el valor puede llevar a la catástrofe sino va acompañado de la prudencia. David demostró ser muy prudente además de obediente, atributos con seguridad más importantes que el temple del valiente.
Alguno podrá objetar que en algunos casos se requiere de mucha valentía para ser obediente. Entonces dirijámonos en humilde oración a Dios, pidiéndole que nos bendiga con valor para cuando sea necesario, que nos regale prudencia en el corazón para tomar buenas decisiones y que nos haga amantes de su justicia para anhelar ser obedientes.
Les deseo un día muy bendecido.