¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia? Romanos 6:16 RVR1960
Queridos amigos, la dureza de corazón conduce a que la capacidad de discernimiento se vea limitada.
En países donde la corrupción es un medio de vida, pagar para salir del paso, por ejemplo, para evitar una multa, es una práctica del diario vivir de muchos. Justifican su actuar porque evitan el mal mayor a través de un mal menor.
Se puede afirmar que son esclavos de la corrupción, porque la ven como la mejor alternativa. Incluso recomiendan dicha práctica, arguyendo, que no están dispuestos a pagar dineros, que irán sabe quién adónde.
Utilizo el ejemplo de la corrupción como un pecado habitual en nuestro medio. Y quienes obedecen el mandato del pecado, se inclinan ante él y aceptan su señorío sobre su vida. Entonces se convierten en esclavos del pecado.
La esclavitud se da también a través de la idolatría. Adorar a un ídolo no solo se refiere a tener una estatua de algún dios delante de uno. Existen ídolos que se confunden con pasiones, un típico ejemplo, es el fútbol. Hay gente que descuida su hogar y hasta se divorcia por ser fanático del deporte de multitudes. Al estar sometido a su pasión se convierte en esclavo de ella. Vive distraído de la verdad.
Lo duro de este estado de esclavitud es que el mundo no lo reconoce. Cuando el tema sale a la luz en alguna conversación, la reacción de los impíos es de sorpresa y rechazo, pues no está mal seguir un deporte, porque, además, el deporte te aleja de vicios.
El dominio del pecado no es una imposición dictatorial sobre el pecador. El impío se entrega libremente al pecado, su condición caída no le permite ver más allá de sus necesidades terrenales. Gracias al sometimiento voluntario no existen ansias de libertad, por lo tanto, el triunfo del pecado está asegurado.
La humanidad en su conjunto es esclava del pecado. Solo por gracia divina algunos dejan de ser esclavos. Que diferencia abismal entre la esclavitud del pecado y la libertad de mente y de espíritu en aquellos que nacen de nuevo y son libres de dicha esclavitud. Ningún siervo de Dios debe olvidar que fue esclavo del pecado, por ello debe mirar a su prójimo con misericordia.
Dios no quiere castigar a nadie, y la redención es fácil para el pecador, pues no implica ningún esfuerzo para él. El problema radica en cuántos pecadores desean realmente el perdón unido a un cambio radical de vida. La Palabra nos enseña que no hay quien busque a Dios, si no fuera por su llamado nadie se acercaría genuinamente a Él.
Ese rechazo está estrechamente ligado al sometimiento voluntario al pecado, pues bajo dicha condición las cosas de Dios aparecen como muy poco atractivas o definitivamente inaceptables.
Lo curioso es que solo existen dos opciones: vivir sometido al pecado o sometido a Dios. Cuando se habla de libertad es cuando se es libre del pecado, pero para ser libre del pecado es imprescindible rendirse al señorío de Jesucristo. No existe otra libertad en términos espirituales.
El hombre natural argumenta de que es libre para hacer lo que quiera, y lo hace, pero no deja de estar sujeto a la esclavitud del pecado, que tiene como consecuencia ira en el día de la ira. El hombre espiritual sabe que no es libre de hacer lo que quiera, pues lo que haga debe comulgar con los preceptos, mandamientos y ordenanzas de Dios.
El pecador, no arrepentido, pasa por dolor, sufrimiento y separación de Dios, se supone obediente de sí mismo sin saber que en verdad es esclavo del pecado. Pero no existe nada mejor que vivir en obediencia a un Ser dueño de la verdad y de la justicia, que, además, es infinitamente bondadoso y fiel.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.