Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama. Lucas 16:24 RVR1960
Queridos amigos, la falta de sensibilidad de nuestro corazón se hace evidente en diversas formas.
La pobreza es un flagelo de este mundo de tribulación. No creo que nadie quiera voluntariamente estar en la calle cuidando autos, lustrando zapatos o pidiendo limosna expuesto a las miradas arteras de la gente y las inclemencias de la intemperie.
Solemos ver a los cuidadores de autos de las calles como un peligro, porque si les rechazas el servicio de guardia como mínimo te rayan el vehículo. Son pequeños delincuentes que venimos observando en nuestro día a día con indolencia, los vemos y nada hacemos por ellos, pensando que es responsabilidad de otros.
Están los lustrabotas, de quienes nos servimos para hacer brillar nuestros calzados y no estamos dispuestos a pagar más que unas miserables monedas por un servicio, que a nuestros ojos no es de mucho valor agregado, mientras que en países del primer mundo resulta ser un lujo.
Cuántas veces dije y escuché decir de manera mentirosa y poco amigable “no tengo” al mendigo que pedía unas monedas, por el solo hecho de romper el esquema de un armonioso almuerzo en un restaurante donde se supone no debería estar.
Podemos recapacitar sobre estos ejemplos y muchos más, pero me pregunto si lo haremos. Nuestra naturaleza caída nos impele a buscar justificaciones para evitarlo, pues solemos estar más interesados en satisfacer nuestras necesidades egoístas que en ayudar al prójimo.
En este pasaje tenemos dos protagonistas, un hombre rico que se la pasaba disfrutando de los alardes de su riqueza y de los placeres de la vida, y un mendigo llamado Lázaro que estaba echado en la entrada de la casa del rico, pasando por enfermedad, miseria y hambre.
El hombre rico pecó durante su vida pensando solo en sí mismo. Sus riquezas no le sirvieron de nada después de morir, pues terminó en el lugar que solo la gracia de Dios puede evitar. En su vida terrenal pudo disfrutar del lujo y los placeres que sus posesiones le permitían darse, sin percatarse de que después perecería donde terminan los impíos, el lugar de castigo eterno.
Probablemente estaba tan acostumbrado de ver a Lázaro en su puerta, que dejó de percibirlo para ignorarlo definitivamente. Un caso de flagrante indiferencia de un corazón indolente, que no debería parecernos raro, pues los que gozamos de poder estar bien vestidos y bien comidos, también hemos ignorado a varios Lázaros sentados a la puerta de nuestro corazón.
Murieron ambos, quiero imaginar que mientras un sacerdote oficiaba una pomposa ceremonia de cuerpo presente donde muchos se mostraban compungidos despidiendo al rico, éste estaba entrando al infierno; y mientras Lazaro era lanzado con indolencia a una fosa común sin siquiera haber un alma que le despida, era recibido con alegría en el seno de Abraham, un lugar privilegiado del cielo.
Todos moriremos, pero unos tendrán el destino del rico terminando en el tormento eterno y otros, como el pobre, pasarán a mejor vida en el reino de Dios. Dice la Palabra que una sima infranqueable está puesta entre el lugar de tormento y el destino de los santos, de manera que se puede ver y escuchar de un lugar a otro, pero sin poder pasar.
Solemos convencernos con mayor eficacia cuando las demostraciones provienen de la vida real. Aunque para muchos la escena del rico desesperado de sed en el infierno es una alegoría surrealista, considero que se trata de una realidad indiscutible por ser Palabra verdadera.
Ya era tarde para el rico y su final definitivo estaba decidido, pensando en sus cinco hermanos pidió a gritos, que se les avisara que el destino anunciado desde la época de los profetas era real y mucho peor de lo imaginable.
El desgraciado adinerado guardaba la esperanza de que sus hermanos cambiarían de actitud al recibir el mensaje de alguien muerto y resucitado, por ello le pedía a Abraham que enviara a Lazaro a decirles la verdad sobre el infierno.
Jesús manifestó que si líderes religiosos judíos no habían sido convencidos por Moises y los profetas, otros tampoco serían impresionados por una resurrección. Esta sabia posición se confirmó después de la comprobada resurrección del Señor Jesucristo, a pesar de tan tremenda obra muchos fariseos y saduceos no dejaban de rechazarle asegurándose un lugar en el Hades.
La riqueza no es motivo de condena para irse al infierno y la pobreza no es garantía para llegar al cielo. Lo único que garantiza no terminar en el infierno y más bien ir al cielo es la gracia de Dios y creer en Jesucristo como Señor y salvador.
Les deseo un día muy bendecido.