Porque yo fui el que te conoció en el desierto, en esa tierra de terrible aridez. Les di de comer, y quedaron saciados, y una vez satisfechos, se volvieron arrogantes y se olvidaron de mí. Oseas 13:5-6 NVI
Queridos amigos, conozco varias historias de gente a la cual se le extendió más de una mano durante su necesidad y pasado el tiempo olvidó a sus ayudadores, incluso llegó a mirarlos con desprecio.
También he vivido casos de personas que están pasando por necesidades económicas, que se ponen en una posición humilde para pedir prestado, asegurando pagar lo antes posible, para después rápidamente olvidarse del tema y dejar su promesa sin cumplimiento.
El abuso de la bondad, del desprendimiento de las personas suele ser común. Incluso se suele señalar entre los deshonestos a los “incautos”, que caen en la trampa de dar fácilmente.
El cristiano sabe que si alguien le quita la camisa, no debe impedir que se lleven también la capa (Lucas 6:29). También es consciente de que hay que dar con la liberalidad todo lo que se pueda dar (Romanos 12:8). De igual manera no saldrá acompañado de la policia para recuperar lo prestado, porque sabe que si presta existe la posibilidad de que no le devuelvan, lo cual debe estar dentro de su cálculo cuando presta.
Pero no se trata de cómo debe actuar el creyente sino del agradecimiento o retribución de aquellos que son ayudados. Lamentablemente son pocos quienes mantienen un agradecimiento constante en el corazón y lo manifiestan abiertamente a sus ayudadores.
Por otro lado está el orgullo de aquellos que no tuvieron nada y que con el pasar del tiempo se enriquecen. Es muy probable que por su deseo de olvidar la vergüenza de la pobreza pasada su arrogancia se multiplique y comiencen a ver a sus amigos pobres del pasado con desprecio.
Algo similar le pasó al pueblo de Israel. El nivel de prosperidad que había alcanzado alimentó su orgullo y le hizo olvidarse de quien le había ayudado. Llegaron a tener tanta riqueza que se sintieron autosuficientes, uno de los males más comunes entre los ricos.
Cuando el hombre llega a creer que todo lo puede en su propia fuerza, incurre en uno de los más graves errores, porque llega a confiar en su autosuficiencia de manera idolátrica, dando las espaldas a Dios, a quien en verdad es autosuficiente.
No hacía mucho tiempo atrás que él mismo pueblo rico se encontraba en condiciones miserables. Sin la ayuda de Dios le hubiera resultado imposible salir adelante. Las Escrituras cuentan que Dios conoció al pueblo en tierra seca e improductiva, es decir en el desierto. No solo veló por ellos durante su permanencia en tierras áridas, sino, que también les permitió habitar en Canaan, una tierra donde fluía leche y miel, es decir una tierra muy productiva.
La mano de Dios estuvo sobre ellos en muchos casos de manera visible y en otros sin que lo notaran. El Señor los bendijo grandemente, pero su corazón se ensoberbeció y por esa causa se olvidaron de su Señor. Grave error, mejor es decir grave pecado, pues se hicieron culpables por su orgullosa falta de memoria, la consecuencia sería el severo castigo de Dios.
Aquellos que confiaron en Dios en las épocas de vacas flacas se olvidaron de Él en los tiempos mejores. Todos anhelamos un futuro mejor, incluso vivimos con la mirada puesta en el futuro confiando en días mejores. La advertencia es para aquellos que tienen una vida fácil y que piensan tener un futuro seguro, porque dependen de sus riquezas y habilidades, pero ni siquiera piensan en relacionarse con Dios, menos en ponerse bajo su señorío.
Cuando las cosas empiezan a ir mal se recurre a Dios. Identificar una necesidad constante de Dios en todos los momentos de la vida, alabando su presencia y ayuda, es una de las mejores cosas que pueden haber.
Lo que todos los perdidos deberían saber es que en el Señor está la ayuda (Oseas 13:19). Mientras se tenga vida no es tarde para humillarse ante Dios, pidiéndole perdón en arrepentimiento genuino. Pero primero hay que haber reconocido a Jesucristo como Señor y salvador.
Les deseo un día muy bendecido.