Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido? y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo, y tú te enseñorearás de él. Génesis 4:7 RVR1960
Queridos amigos, el dicho “de buenas intenciones no se vive” nos lleva a emprender acciones, pero antes de actuar es muy importante pensar bien las cosas a fin de tomar la mejor decisión.
Hay ocasiones en que con las mejores intenciones se generan dolorosas consecuencias. Recuerdo que me aconsejaron amorosamente tomar cuatro semillas crudas de tarwi (altramuz) al día, una leguminosa andina, para combatir la enfermedad de la gota bajando los niveles de ácido úrico.
Cuando más hubiera querido gozar de buena salud, porque visitaba la ciudad de Lima, capital gastronómica de América, me indispuse y no disfruté de los deliciosos platillos que me invitaban a probar. Retornando a casa constaté que la ingesta diaria de las dichosas semillas era la causa de mis males. No tuve el valor de elevar el justo reclamo a mi bien intencionado amigo recetador.
Desde los inicios de los tiempos Dios exigió el derramamiento de sangre a través del sacrificio de animales inocentes, después de muertos había que quemarlos. De esa manera fueron prefigurados el castigo que merecen los pecadores, es decir la muerte, y la ira de Dios representada por el fuego.
Esta práctica la llevaba a cabo Adán y con seguridad era conocida para sus hijos y esposa. Me imagino que había una fecha determinada para hacer la entrega de las ofrendas a Dios y que tanto Abel como Caín estaban preparando con buenas intenciones su mejor ofrenda.
Se podría decir que la situación de Abel fue más fácil, pues él era pastor y lo que tenía para ofrecer eran animales, y ofrendó su mejor cordero, lo cual fue agradable a Dios. En tanto, Caín era agricultor y lo que tenía eran frutos de la tierra. De acuerdo a su mejor intención decidió ofrendar lo mejor de su producción, con el resultado de que Dios no le miró con agrado.
Entendiendo que la ofrenda de animales tiene el sentido de satisfacer una exigencia de Dios, pensar en ofrendar cualquier otra cosa va en contra del principio de obediencia al Creador, incluso cuando se hace con las mejores intenciones.
Quiero pensar que Caín se decía a sí mismo “si le estoy dando de lo mejor de mi fruto, por qué tendría que rechazarme, al fin de cuentas es lo mejor que tengo”. La variable que no contemplaba en sus pensamientos era la obediencia a Dios, y que intentar agradar a Dios con su propio método, era la manera inadecuada. En conclusión Caín tenía un corazón orgulloso y rebelde a la autoridad. Y finalmente el resultado fue el rechazo de Dios, a él y a su ofrenda.
Complementemos el refrán que dice “de buenas intenciones está pavimentado el camino al infierno” con “especialmente si dichas intenciones van de la mano del orgullo, la rebeldía y desobediencia“.
Caín en vez de arrepentirse, y tuvo la oportunidad de hacerlo, estaba enojado. Dios en su bondad se le acercó amorosamente para preguntarle el motivo de su enojo y le explicó, que sería aceptado si hacía lo correcto, así de simple.
Sin embargo, si se mantenía en su posición de orgulloso empecinamiento, negándose a hacer lo correcto, debería tener mucho cuidado. Hay que cuidarse del pecado, que está detrás de la puerta esperando la primera oportunidad para abalanzarse y controlar a su presa.
Es menester del creyente dominar al pecado, tomando como primera medida el arrepentimiento y luego pedir perdón. Caín no pensó en el arrepentimiento, más bien su enojo le llevó a meditar su venganza. Rechazó el consejo de Dios y optó por hacer lo malo de su corazón.
Si nos negamos a admitir nuestro pecado y al arrepentimiento, seremos parte de la historia de Caín. Si leyendo la Palabra nos damos cuenta de nuestro pecado, o si alguien nos exhorta y recapacita, elijamos el camino de Dios en lugar del de Caín.
Les deseo un día muy bendecido.