vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. 2 Pedro 1:5-7
Queridos amigos, me pregunto ¿nos estamos beneficiando de las preciosas y grandísimas promesas de Dios?
La respuesta es que probablemente no todos lo estemos haciendo.
La verdad es que solo una minoría disfruta de las maravillosas promesas de Dios. El resto nos las quiere porque rechaza a Dios.
La palabra nos enseña que a través de las promesas de Dios llegaremos a ser participantes de la naturaleza divina, es decir que vamos a poder convivir con Dios.
Dios promete que los salvos podrán huir de la corrupción que hay en el mundo, a causa de los deseos desmedidos de la carne, o sea el pecado.
Para huir del pecado es necesario poner total diligencia. El diligente es quien pone mucho interés, esmero, rapidez y eficacia en el cumplimiento de un anhelo.
El creyente debe poner toda diligencia para cumplir su gran anhelo de vivir en obediencia a Dios.
En este caso Pedro está enseñando a los creyentes, diciéndoles cómo se deben comportar para lograr ser participantes de la naturaleza divina.
Les está dando la fórmula de comportamiento diciendo que a la fe que ya recibieron, ahora le añadan virtud, es decir que tengan una disposición constante de hacer el bien.
Continúa diciendo que se agregue conocimiento a la virtud, en este caso no se trata del conocimiento habitual del mundo, sino de la profundización en el conocimiento de las santas escrituras, hay que nutrirse de lo que acerca a Dios.
Es necesario añadir dominio propio al conocimiento, el dominio propio o templanza es necesario para dominar los deseos de la carne y las tentaciones del mundo y de Satanás, que de vencernos frenarían nuestro diligente accionar.
La paciencia es un ingrediente clave e indispensable en la receta que el creyente debe utilizar a fin de cumplir su objetivo final de vida eterna.
El mundo es un mundo de tribulación y el creyente se ve expuesto a diversas pruebas y a dolor, por lo cual requiere de paciencia para esperar que las promesas de Dios se cumplan.
Pedro también pide devoción, dedicación a Dios, por eso habla de la piedad, entonces no solo se trata de compasión y misericordia, sino de vivir en total dedicación al Creador.
El amor entre hermanos es otro ingrediente sumamente importante para el creyente.
A partir de su conversión pasa a ser miembro de una nueva familia, la familia de hijos de Dios, que tiene como su cabeza a Cristo Jesús. Por lo tanto amar a sus (nuevos) hermanos en Cristo es una tarea a llevar a cabo.
Como si no fuera suficiente pide que se añada amor a todo lo anterior, un elemento crucial para el cristiano.
Amor a Dios y amor al prójimo, no solo a los hermanos, sino que a todos, porque Dios no hace acepción de personas.
La conversión genuina genera estos magníficos frutos en el creyente, se trata de frutos del Espíritu Santo.
Quien no ve al menos algo de esto en su vida, tendrá que arrepentirse y convertirse para dar lugar a ser participe de la naturaleza divina.
Que Dios los bendiga con su infinita gracia.