Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. 2 Corintios 1:3-4 RVR1960
Queridos amigos, qué hermoso el pensamiento de ser consolados y poder consolar a otros con la consolación del Padre de misericordias y Dios de toda consolación.
Para el cristiano verdadero la consolación no queda solo en dicho bonito pensamiento, pues se hace realidad gracias a la misericordia y gracia del Dios Padre y a la fe en el Hijo de Dios.
Por la fe en Jesucristo el convertido está reconciliado con Dios, por lo tanto, tiene acceso directo al trono de la gracia para obtener gracia y misericordia cuando se hace necesaria la ayuda de Dios en el tiempo de aflicción.
Observo que la mayoría en el mundo de los que claman a Dios, le piden que haga desaparecer sus penas y dolores. Dios tiene suficiente poder como para obrar, pero considero que es un error pensar que Dios actúa haciendo desaparecer las aflicciones.
Cuando, por ejemplo, pasamos por la pena de una enfermedad o por privación económica, anhelamos sanación o ingresos monetarios, pero Dios no necesariamente da curso a dichos pedidos. Aunque no dudo de su poder para realizar milagros.
El consuelo de Dios no está ligado a la solución de los problemas, sino a la confianza que el creyente tenga en Él y en sus promesas. Su consuelo implica no perder el ánimo ni la esperanza. Él da fuerzas al doliente para que pueda continuar. Ningún hijo de Dios es abandonado, pues cuánto más sufre más consuelo recibe. El Padre celestial no desampara ni abandona a sus hijos (Hebreos 13:5).
Dios da paz al corazón atribulado y calma los dolores del alma. Jesucristo nos alienta diciéndonos que no se turbe nuestro corazón ni tenga miedo (Juan 14:27), él está con nosotros. Tengamos la certeza de que Dios sanará nuestras heridas, confortará nuestro corazón roto, y reforzará nuestro gozo en Él en nuestras tribulaciones. Jamás olvidemos que no hay consolación más dulce y más tierna que la de Dios.
Si comparamos nuestros momentos de dolor con los de nuestro Señor Jesucristo, nos parecerán una bicoca. Porque de la manera en que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación (2 Corintios 1:5).
Los creyentes tenemos la luz de Jesucristo que brilla en nuestro corazón, y a pesar de que estamos atribulados, no estamos angustiados; en apuros, pero no desesperados; perseguidos, pero no desamparados; derribados, pero no destruidos; llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos
(2 Corintios 4:7-10).
Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas (2 Corintios 4:16-18).
Cada problema que el creyente enfrenta, se puede convertir en una oportunidad para consolar a otras personas, que están pasando por algo similar. La consolación que Dios nos da, sirve para ser útiles al prójimo.
Les deseo un día muy bendecido.