Arrojarán su plata en las calles, y su oro será desechado; ni su plata ni su oro podrá librarlos en el día del furor de Jehová; no saciarán su alma, ni llenarán sus entrañas, porque ha sido tropiezo para su maldad. Ezequiel 7:19 RVR1960
Queridos amigos, el dinero es el poder que rige cada vez más sobre este mundo, y no es precisamente el medio para la subsistencia de todos los días, sino el elemento de codicia, que lleva a pensar que poseyéndolo se tendrá una mejor vida y un futuro asegurado.
Prácticamente casi todo gira en torno a la economía, se interpreta el estado de bonanza o de pobreza de un país como el resultado exclusivo de un buen gobierno del dinero. Y el consumismo dejó de ser una moda hace mucho tiempo, pues ya se convirtió en un estilo de vida para todos los que pueden y no pueden darse el lujo, terminando muchos endeudados hasta el cogote.
En estos tiempos de pandemia se ha podido demostrar que se puede vivir con muchísimo menos de lo que se creía, especialmente en aquellos hogares que cuentan con una (relativa) estabilidad económica. Por supuesto que los que viven al día la están pasando muy mal, y son los que necesitan trabajar con urgencia para generar los ingresos que les permitan comer, para no hablar de cubrir otras necesidades básicas.
El dinero y las riquezas se han convertido, no solo en un ídolo, sino en una trampa diseñada para conducir a destrucción. Vivir para ganar y acumular dinero representa ser triunfador. Las noticias se centran en cómo recuperar la economía, en cuánto dinero está inyectando el gobierno para equilibrar la economía, en cuánto pierden las empresas cada día, porque el bienestar y la bonanza están en riesgo, pero todo eso ¿vale la pena cuando las almas están en peligro?
¿De que sirve ganar el mundo y perder tu alma? La respuesta es concisa: ¡de absolutamente nada! Las riquezas y el dinero en realidad son tropiezo para muchísimos, y lo peor es que lo son para ricos y pobres.
Acaso la plata y el oro sirven de algo cuando estás en el cementerio, de nada sirven porque nada puedes comprar, y con absoluta seguridad todos moriremos. A pesar de dicha verdad el amor al dinero es tal, que lleva a pecar de las maneras más creativas.
Usamos algo que en principio no es malo para hacer lo malo y alejarnos de Dios. A la mente enfrascada en el dinero y las riquezas no le interesa Dios, o quizás como máximo lo tiene en segundo o tercer plano, porque confía más en el resultado de su trabajo, que en Dios, quien en realidad es el que provee de todo.
¿Cuál es el objetivo para ansiar el dinero? En vez de buscar seguridad en Dios se la busca en las riquezas. El hombre natural busca satisfacerse a sí mismo y piensa que lo conseguirá con el dinero, sin embargo, el hombre espiritual anhela satisfacer a Dios y con ello debe morir a sus deseos carnales.
El hombre natural cree que con un seguro de vida y otro de salud que cubren varios millones de dólares está asegurando su futuro, mientras que el hombre espiritual pone su confianza en Dios, porque sabe que todas las cosas le ayudan a bien (Romanos 8:28).
La verdadera felicidad está en buscar satisfacción en las cosas de Dios y en Dios mismo. Quien busca ser feliz a través de lo material tendrá sus buenos momentos, pero su dicha no perdurará porque no tiene raíz ni fundamento verdaderos, porque la única y verdadera fuente de satisfacción es Dios.
Tengamos presente que la raíz de todos los males es el amor al dinero (1 Tito 6:10). El dinero es bueno en el mundo cuando se lo usa de manera correcta. Pero se convierte en malo cuando se lo utiliza para propósitos egoístas de autosatisfacción, de derroche, de poder, de dominio, comprando no solo bienes sino también vidas. Y en ese caso nada podrá salvar a los amantes del dinero del furor de Dios. Busquemos a Cristo mientras se deje encontrar.
Utilicemos el dinero que Dios nos da para hacer obras que correspondan con su voluntad. Que el dinero en nuestras manos se convierta en instrumento de bendición y no de maldición. Que los que tienen poco estén agradecidos a Dios y que los que tienen mucho muestren su agradecimiento a través de buenas obras.
Les deseo un día muy bendecido.