Yo aborrezco el divorcio —dice el Señor, Dios de Israel—, y al que cubre de violencia sus vestiduras, dice el Señor Todopoderoso. Así que cuídense en su espíritu, y no sean traicioneros. Malaquías 2:16 NVI
Queridos amigos, hace poco me encontré con un compañero de colegio, quien me comentó que se había divorciado, con tristeza le manifesté mi pesar. Su respuesta no me sorprendió, pero me dio aún más pena, pues sin dudar me comentó, que era mejor estar sólo que mal acompañado.
Como varón casado sé cuán difícil resulta llevar adelante un matrimonio y cuántas ganas dan, en determinadas situaciones, de salir escapando. El matrimonio puede convertirse sin lugar a dudas en un tormento inaguantable, donde la pareja suele ser “culpable” de los males del otro.
Se solían hacer las leyes del hombre en virtud de las leyes de Dios, y no hace muchas décadas atrás el divorcio era prohibido por ley. Por lo menos se trataba de cumplir, hoy incluso existe el divorcio express, una manera rápida de salir del embrollo en que uno mismo se metió.
He asistido a muchas bodas y en todas los novios realizaron el compromiso (para no decir juramento) solemne de cuidarse y respetarse en tiempos buenos y malos hasta que la muerte los separe. Lamentablemente muchas de esas parejas están divorciadas, incluso parejas que afirman ser seguidoras de Cristo.
Hombres y mujeres, cuando se divorcian, faltan a la palabra dada a sus esposos. En los tiempos bíblicos el divorcio era practicado exclusivamente por los hombres, generalmente buscaban continuar su vida con mujeres jóvenes para satisfacer sus apetitos carnales o para tener menos problemas por ser más fáciles de manejar gracias a su juventud.
El matrimonio es una institución creada por Dios y es el símbolo de la relación que Dios quiere tener entre sí mismo y su pueblo. Por esto es que el simbolismo del matrimonio se aplica a Cristo y su Iglesia. Cristo, el esposo amoroso, que con inmenso sacrificio ha escogido a la Iglesia para ser Su esposa (Efesios 5:25-27).
Por lo expresado Dios detesta el divorcio, aunque permitió que se pudiera dar carta de divorcio a causa de la dureza de corazón de su pueblo escogido, a pesar de que jamás estuvo de acuerdo con esta separación: Pero yo les digo que, excepto en caso de infidelidad conyugal, todo el que se divorcia de su esposa(o), la induce a cometer adulterio, y el que se casa con la(el) divorciada(o) comete adulterio también (Mateo 5:31-32). No es casual que haya hecho una sola Eva para un sólo Adán, pudo haber hecho muchas, pero su intención original fue que cada hombre tuviese una sola mujer.
El matrimonio no sólo es un contrato entre dos partes, sino que es un pacto sellado por Dios, donde Él participa como testigo de que se cumplirán las responsabilidades. Es una unión de tres en la cual la pareja debe rendirle cuentas a Dios todo el tiempo, pues Él es el centinela para bendición o juicio. Entonces el divorcio implica la profanación del pacto realizado con Dios.
El pacto implica fidelidad para el cumplimiento de un firme compromiso hasta el final de los días del primero que muera. El divorcio resulta ser un acto de violencia, que debe ser castigado, pues violenta lo designado por Dios en relación con el matrimonio.
La dificultad radica en vivir acorde a los votos matrimoniales y como Dios manda. Si así fuera el índice de divorcios estaría por los suelos. Pero la maldad impera, pocos dicen abiertamente que rechazan a Dios, pero viven como si no existiera. Quien se comporta con falsedad ante Dios, no dudará en hacer lo mismo con su prójimo (pareja).
Cuán terrible es separarse de la persona más cercana que uno tiene en el mundo. La Palabra enseña desde el comienzo de los tiempos: El hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer para ser una sola carne (Génesis 2:24). Pero el concepto erróneo del mundo es poner a los hijos y a los padres antes que al esposo, por lo tanto, es más fácil divorciarse.
Quienes se divorcian se darán cuenta algún día que su mal comportamiento en sus familias es a causa de su egoísmo, porque el bienestar del otro se opone a sus deseos y pasiones. Siempre cuentan con un justificativo para su mala conducta, pero Dios es justo, pues juzgará y castigará todo pecado. Solo Jesucristo puede redimir del pecado y conseguir que haya un cambio radical de mente para vivir con la firme decisión de preservar el matrimonio.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.