Jesús les respondió: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; mas ahora, porque decís: Vemos, vuestro pecado permanece. Juan 9:41 RVR1960
Queridos amigos, es tan típico de quien no conoce a Dios afirmar, además sin dudar, que sí le conoce, porque cree que cree.
El pobre conocimiento bíblico que posee sumado a una fe intelectual lo conduce a afirmar que tiene a Jesús en su vida. Ve a Dios como a su servidor, que solucionará sus problemas. Incluso cuando realiza alguna actividad que conlleva algún pecado, se la entrega al Creador, diciendo “Dios es bueno, Él entenderá”. “Y sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, a ese oye.” Juan 9:31 RVR1960
Aunque no es conocedor de las escrituras como los fariseos, igual que ellos afirma tener ojos para ver. Pero no ve en Jesús a alguien a quien obedecer por completo, alguien a quien amar con todas las fuerzas, el corazón, el alma y la mente, alguien en quien confiar para todo, porque la obediencia es molesta, su amor es convenenciero, y su confianza es relativa.
El creyente espiritual (verdadero) sabe que la relación con Jesús está llena de absolutos. La verdad de Dios es absoluta, definitiva e inmutable, y su ley y justicia son perfectas, por tanto, está convencido espiritualmente, que ser obediente a su Señor es lo mejor, y además se esfuerza por serlo. Conoce que se puede confiar tanto en Cristo como es la dimensión de su fidelidad, es decir sin límites.
El creyente intelectual, de quien venimos hablando, no tiene a Cristo como su Señor, porque le parece extraño someterse a su señorío en calidad de siervo, pues está convencido, que toda esclavitud es mala, sin saber que es esclavo del pecado, y que ser esclavo de Jesucristo es la mayor bendición posible.
Por lo tanto, no está dispuesto a servir en obediencia a un Señor que le exige cosas extrañas, contrarias a las comúnmente aceptadas por el mundo, háblese de no adulterar, no mentir, no fornicar o no sobornar, sin ir más lejos. No entiende la santidad, pues puede aceptar que algunas cosas de su vida están mal y hasta que es un pecador, pero no anhela con todo su corazón vivir alejado del pecado, doliéndose cuando hace eso que no quiere.
Suele decir que pone esto o lo otro en manos de Dios y también repite “que sea lo que Dios quiera” como entregándose a la providencia de Dios, sin realmente desear que se haga la voluntad de Dios, pues mejor sería que se haga la suya.
No es consciente de su ceguera (necia obstinación) espiritual, y menos desea mejorar su visión, situación que lo sumerge en profunda oscuridad, y donde nada se ve, tampoco existe esperanza de luz y la verdad está completamente velada, pero insiste en que puede ver.
Aquel que tiene una opinión elevada de su sabiduría, será quien menos vea, porque su ignorancia espiritual es la que lo enceguese. El elevado concepto del que dice “poder ver” tiene de sí mismo, conduce a que persevere en el pecado de su vanidad, de su orgullo, de su soberbia.
En contrapartida la persona que es consciente de su necesidad de Dios para ver y ver mejor, es aquella que se humilla ante su Señor, reconociendo su profunda ceguera y su largo camino de pecado. Entonces será bendecida por Jesucristo, quien es la luz que iluminará el nuevo transcurso de su vida, guiándole con la verdad.
Quien no sabe que es ciego y no se da cuenta de su ceguera, difícilmente anhelará ver. De igual manera, aquel que no se reconoce como pecador, porque no puede ver su pecado, tampoco puede recibir el beneficio de la cruz de Jesucristo, que acompaña de perdón, restauración y reconciliación. “Dijo Jesús: Para juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven, vean, y los que ven, sean cegados.” Juan 9:39 RVR1960
Creer en Cristo Jesús equivale a tener ojos espirituales para ver la verdad, reconociendo la verdadera dimensión de los propios pecados, el infinito valor del sacrificio de cruz de Cristo y que Él es el único Señor y salvador del cielo y la tierra.
Les deseo un día bendecido.