Y luego todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el Libertador, Que apartará de Jacob la impiedad. Romanos 11:26 RVR1960
Queridos amigos, desde que tengo uso de razón la constante pugna entre Israel y los países musulmanes, especialmente los árabes, es de nunca acabar.
Todo comenzó con la desobediencia de Abraham, quien queriendo “ayudar” a Dios se acostó con Agar, la esclava de su esposa Sara. De dicha fornicación nació Ismael, quien fue el padre de los árabes y posteriores musulmanes. El pecado de Abraham llevó a que desde tiempos tan antiguos se generase una rivalidad, que no ha dejado de conducir a muerte y destrucción.
Israel, a pesar de ser el pueblo escogido de Dios, ha demostrado históricamente estar alejado del Dios que decidió bendecirlo como nación. En el Antiguo Testamento contamos con suficientes evidencias, más allá de que es descrito como pueblo de dura cerviz. El Nuevo Testamento nos muestra su rechazo al Hijo de Dios, a quien terminaron matando en la cruz.
Se convirtieron en enemigos de Dios por rechazar el evangelio y por estar en contra de la predicación a los gentiles. Hasta el día de hoy siguen siendo enemigos del evangelio por no creer que Cristo Jesús es el Mesías.
Cabe resaltar que los primeros cristianos fueron israelitas, pero esa es otra historia, porque los gentiles no tardaron en unirse a la iglesia. De lo que podemos estar seguros es que Dios bendice grandemente al Israel espiritual, la iglesia espiritual israelita.
Bienaventurado tú, oh Israel. ¿Quién como tú, Pueblo salvo por Jehová, Escudo de tu socorro, Y espada de tu triunfo? Así que tus enemigos serán humillados, Y tú hollarás sobre sus alturas (Deuteronomio 33:29)
La gracia divina estaba constantemente sobre ellos. Ningún pueblo fue tan cuidado, protegido, respaldado, sostenido, apoyado, ayudado, aprovisionado por el Padre celestial. Pero eso no necesariamente significa que todos los israelitas serán hechos hijos de Dios a través de la gracia salvadora.
Si el Israel en la carne, es decir el étnico, será salvo, significaría que los israelitas que murieron sin Cristo, tendrían que ser salvados después de su muerte. Dicha condición no es imposible para Dios, pero se contrapone a su fidelidad y veracidad, pues su Palabra enseña que su llamamiento para salvación es en esta vida terrenal.
Aseverar que solo un remanente de Israel será salvo tiene connotaciones escatológicas y políticas, sin embargo, el apóstol Pablo argumenta que no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en el interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual no viene de los hombres, sino de Dios (Romanos 2:28-29).
El verdadero judío para Dios no es el descendiente carnal de Abraham, sino aquel descendiente espiritual. Los que son de la fe, esos son los hijos de Abraham (Gálatas 3:6-7). Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa (Gálatas 3:25-29).
Está claro que hay una gran diferencia entre el pueblo israelita carnal y el espiritual. El pueblo espiritual está circuncidado en el corazón, comparte la misma fe que Abraham y está conformado por la Iglesia de Jesucristo. No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino los que son hijos según la promesa son contados como descendientes (Romanos 9:6-8).
Para cerrar el caso Pablo afirma que Dios no falla: No que la Palabra de Dios haya fallado; porque no los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos… (Romanos 9:6-8). La promesa no falla porque no está dirigida al Israel étnico según la carne, sino al pueblo de Israel según el espíritu.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.