y digas en tu corazón: Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza.” Deuteronomio 8:17
Queridos amigos, el orgullo es natural en el corazón humano.
En mi vida dentro del mundo empresarial he visto colegas empresarios que se henchían de orgullo al recibir una distinción y escuchaban con regocijo que ellos eran los baluartes del éxito de su emprendimiento.
Con toda seguridad la gente que los acompaña en sus empresas tiene mucho que ver con su éxito, quien sabe si no más que ellos mismos. No obstante, el loor se lo llevan estos individuos, precisamente por el orgullo que domina sus corazones.
Es importante reconocer que nuestros logros siempre están respaldados por el apoyo y cooperación de otros y para el creyente debe quedar clarísimo que su principal benefactor es Dios.
Por otro lado, el hombre natural tiende a olvidarse de todo lo malo que pasó apenas se encuentra en una situación de prosperidad. Recordar quién lo sacó de su pobreza y tener a Dios en mente ante cualquier situación de la vida, sea esta pasajera o duradera es deber del convertido.
No debemos olvidar a Dios cuando veamos nuestros deseos y necesidades satisfechos, debemos recordar que Él es el artífice de nuestras pruebas y de nuestro bienestar.
Con frecuencia nos auto acreditamos con orgullo nuestra prosperidad en épocas de abundancia, aducimos que nuestros esfuerzos y nuestras buenas ideas e inteligencia nos han encumbrado dónde estamos. De esa manera apartamos a Dios de nuestras vidas, para continuar ocupados en la acumulación de bienes materiales, olvidando que es Dios el que nos da todo y también lo puede quitar.
No permitamos que nuestra arrogancia humana triunfe sobre la bondad de Dios. Ese es un terrible peligro para el camino en santidad del creyente.
Olvidarse de las bendiciones del Señor, pensando que los logros alcanzados son causa de la propia habilidad y esfuerzo, tendrá como resultado, como mínimo, una reprensión del Padre.
¿De quién vienen mi fuerza, habilidad, inteligencia, energía y bienes materiales? Para el creyente la respuesta es obvia, sin embargo la probabilidad de confundir algo tan obvio, cuando se está obnubilado por las posesiones materiales, es muy alta.
Es nuestro deber reconocer que es Dios quien da el poder para fructificar y crecer en abundancia.
Los ricos tienen más probabilidad de sufrir tentaciones ante su prosperidad. El orgullo les acosa, viven preocupados en cómo incrementar sus ingresos y cómo cuidar sus posesiones, por lo que viven ansiosos, lo cual repercute en su trato hacia las personas. Encuentran mayor dificultad en creer en la provisión de Dios porque consideran que ellos son merecedores de elogios por sus magníficos logros.
Ahora podemos entender a qué se refiere el Evangelio (Marcos 10:25, Mateo 19:24) cuando dice que “es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios “. Cabe aclarar que entre los ricos también existen seguidores genuinos de Cristo, que reconocen la obra del Señor en sus vidas.
No es curioso que el pobre confíe con mucha mayor facilidad en que Dios le proveerá del pan de cada día, como respuesta a sus oraciones. La gran ventaja del desposeído es que está libre de las muchas tentaciones del rico, además que aprecia y disfruta mucho más las pocas cosas buenas a las que Dios le da acceso.
Dios da y Dios quita, es su sabiduría infinita la que define su obrar. Lo que para unos se ve como una gran bendición puede ser una maldición, veamos los destinos de muchos hijos de ricos. La bondad de Dios, entonces, consiste no sólo en dar, sino también en no dar.
¿Alguno de nosotros podrá aseverar que vivió la última semana sin haber dado una sola muestra de necedad, debilidad o maldad? Necesitamos llevar cargas y pasar por pruebas para aprender a ser humildes, sin embargo, apenas se ve un amanecer puede que el orgullo nos vuelva a dominar.
Eso le pasó al pueblo de Israel, que vivió humillado en Egipto, su estado de esclavitud hacía que fueran tratados como seres marginales. Al parecer eso tendría que haber sido suficiente para hacerlo humilde, sin embargo, Dios tuvo que volver a probarlos para que abandonaran su orgullo.
Vivamos agradeciendo a Dios si contamos con un alma quebrantada, porque significa que hemos entendido el sentido de la muerte preciosa de Jesucristo y que estamos poniendo nuestra confianza en nuestro Señor y salvador.
Les deseo un día muy bendecido.