Así dice el SEÑOR: «No se gloríe el sabio de su sabiduría, Ni se gloríe el poderoso de su poder, Ni el rico se gloríe de su riqueza; Pero si alguien se gloría, gloríese de esto: De que me entiende y me conoce, Pues Yo soy el SEÑOR que hago misericordia, Derecho y justicia en la tierra, Porque en estas cosas me complazco», declara el SEÑOR.” Jeremías 9:23-24 NBLA
Queridos amigos, me detuve a mirar un cartel gigante promovido por la alcaldía de la ciudad de La Paz – Bolivia donde ponía una foto del pueblo y el texto decía: Orgullosos, valientes y libres. Después de pensar por un momento, me di cuenta de cuán mentiroso es dicho mensaje, pues la realidad es que no se puede separar lo terrenal de lo espiritual, para bien o para mal.
El tipo de orgullo que se plantea no tiene sentido alguno en términos eternos, ¿de qué sirve estar orgulloso de algo sin trascendencia? Aunque fuese el mejor lugar del mundo, de nada sirve. Ser valiente es bueno en la medida en que se ejerza valentía acertada. Hay valentía para defender propósitos egoístas o para robar y engañar, y la hay para atacar al mal y difundir la palabra de Dios. Creerse libre cuando se está en la peor situación de esclavitud sólo puede deberse a una terrible condición de ignorancia.
Todo es tan intrascendente que nadie se salva de la muerte, incluso los sabios, los poderosos y también los ricos perecerán ante la vejez o la enfermedad, si no mueren antes por algún otro motivo.
Estos “distinguidos” mueren igual que los pobres y que los necios. Y en verdad no se sabe quién terminará disfrutando de sus riquezas. A pesar de su sabiduría anhelan en lo más íntimo de su ser, ser recordados y que su herencia perdure para muchas generaciones. No dudan en bautizar sus propiedades con su nombre, demostrando así su orgullo y confianza.
El hombre que muere no puede permanecer en honra, y en eso es igual a los animales que también mueren. Pensar solo en lo terrenal es locura, sin embargo, sus descendientes se complacen con sus planes y deseos.
Observan cómo prosperan o cómo avanzan en sabiduría y cómo su gloria va creciendo. Pero cuando mueran no podrán llevarse nada, ni tangible ni intangible, tampoco su gloria los acompañará. No importa para nada que se hayan visto dichosos durante el tiempo de su vida, porque de todos modos morirán.
Entonces, ¿para qué trabajar para hacerse más sabio, más rico, más poderoso, si de todos modos el fin está en el foso? Sin duda se trata de pura vanidad pues el sabio y el necio morirán y de ninguno de los dos habrá memoria por siempre, en algún momento serán olvidados.
Si el sabio no se da cuenta de que él único camino es Dios, su sabiduría de poco o nada le sirve, pues es un sabio ante sus propios ojos y está destinado a perecer. De igual manera el rico que afirma que su esfuerzo y su trabajo le han traído sus riquezas, o el poderoso que está seguro de su astucia e inteligencia, estos también perecerán.
Entonces resulta necio gloriarse en la sabiduría, poder o valentía y también en las riquezas, pues eso y todo lo demás de esta vida es meramente transitorio y vanidad. Es mejor gloriarse en Dios, en su sabiduría, riqueza y poder, pues la única realidad verdadera es comprender las cosas de Dios y llegar a conocerlo.
No gloriarse en Dios termina en la segunda muerte, esa muerte definitiva, que es acompañada por el dominio del pecado y que se suscita bajo la ira de Dios. De verse sabios, poderosos, ricos, apenas mueren, de pronto se encuentran en gran desgracia.
Ni su sabiduría ni su poder ni sus riquezas podrán salvarlos en el día del furor del Señor, pues todo lo que venían atesorando se convertirá en tropiezo y descubrirá su maldad. Es una realidad indiscutible, es muy difícil entrar en el reino de Dios a los que confían en las riquezas o el poder, incluida la sabiduría terrenal.
Solo aquellos que han dejado de poner su confianza en lo material y las cosas de este mundo, y adoran a Dios y se gozan en Jesucristo tendrán ingreso al reino de los cielos. La gloria de Dios debe ser lo que más estimemos, pues es lo único verdadero y además durará por toda la eternidad.
La sabiduría, la riqueza, el poder vienen por añadidura para quienes confían en Dios y están destinados a ello. Primero está Dios y cuando Él ocupa el sitial de supremacía en el corazón, no hay problema en estudiar asiduamente para ser un buen profesional o esforzarse para conseguir un buen trabajo, etc.
Busquemos las cosas de Dios, vivamos para su gloria, sabiendo que Él es todopoderoso e infinitamente rico y sabio. Él es quien hace misericordia juicio y justicia en la tierra, a Él le pertenece toda la gloria.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.