¿Cómo, pues, podrá el siervo de mi señor hablar con mi señor? Porque al instante me faltó la fuerza, y no me quedó aliento. Daniel 10:17 RVR1960
¿Queridos amigos, cuán tremendo ha de ser estar delante de la presencia de Dios para las almas que saben lo que Él representa?
Incluso después de haber nacido de nuevo corresponde aquilatar la infinita distancia que hay entre el hombre y el santo Dios. No solo sería bochornoso pensar que nosotros que venimos del polvo, osemos dirigirnos al gran Yo Soy sin su divina aquiescencia.
Pero los creyentes verdaderos somos bienaventurados, porque Él en su infinita misericordia permite que podamos acercárnosle. Recordemos que Él nos amó primero y por eso recién podemos amarlo (1 Juan 4:19). Eso significa que sin su soberana iniciativa de acercarse al hombre, el hombre jamás podría acercarse a Él.
Observamos la inmensa lejanía que existe entre el hombre y Dios, pues éste no puede acercarse sin que medie la buena voluntad del Todopoderoso. De acuerdo a la Palabra la soberana decisión de Dios a favor es individual.
Una vez que Dios nos abre los brazos se nos abren infinitas posibilidades, pues no solo somos restaurados. Su amor y gracia nos dan el empuje para no desfallecer, y si estuvimos pasando por valle de sombras, su luz nos ilumina de tal forma, que hace revivir nuestro espíritu. Él sana nuestras heridas, nos fortalece en nuestra debilidad y nos da paz para sobrellevar los problemas de la vida.
En este pasaje no necesariamente se debe desarrollar el enfoque desde la perspectiva de lo que Dios le da al hombre, sino la posición del hombre ante Dios. Daniel, un gran hombre de Dios en el mundo, era grande porque Dios lo engrandeció. Sin embargo, él no se veía a sí mismo como alguien superior, y menos ante la presencia de una visión de Dios (o la presencia de Dios mismo).
Observamos la sumisión, pero ante todo el dimensionamiento de la realidad que realiza Daniel. Dios es infinitamente grande y él se veía a sí mismo como un inútil e indigno gusano ante la majestuosidad y santidad del Todopoderoso. Una visión que todo nacido de nuevo debe tener (o debería tener) de sí mismo.
Daniel se preguntó: ¿Cómo un siervo inútil puede siquiera pensar en dirigirle la palabra a su Señor, un Señor de dimensión infinita, con toda la autoridad del universo y por sobre todo infinitamente santo? Cualquiera debería como mínimo temblar, a Daniel le faltaron las fuerzas y quedó sin aliento ante una Presencia, de la cual conocemos lo que Él quiere que sepamos, y nada más.
El pecado no se puede acercar a la santidad, tampoco uno que llenará apenas una urna con su polvo se puede acercar a alguien eterno, que los cielos y los cielos de los cielos no pueden contener (2 Crónicas 6:18). No obstante esta distancia inconmensurable entre Dios y hombre, Él genera cercanía con sus elegidos. ¡Qué maravillosa bendición!
Apenas nacemos de nuevo empezamos a anhelar a transitar el camino de santidad, ese también es el camino de misericordia y gracia que Dios pone delante de sus hijos.
Daniel sintió gran temor ante la visión que tuvo, pero sus temores fueron apaciguados, había quedado anonadado y no podía hablar pero al poco tiempo fue recuperado, su debilidad fue fortalecida.
Oremos al cielo para que el Señor Jesucristo sea nuestra justicia para convertirse en nuestra luz, nuestra restauración y nuestra fortaleza para la eternidad.
Les deseo un día muy bendecido.