Por esta causa lloro; mis ojos, mis ojos fluyen aguas, Porque se alejó de mí el consolador que dé reposo a mi alma; Mis hijos son destruidos, porque el enemigo prevaleció. Lamentaciones 1:16 RVR1960
Queridos amigos, tal es la dureza del corazón del hombre natural, que no discierne la consecuencia de su vida de pecado: el eterno sufrimiento que conllevará el justo castigo de Dios a su transgresión.
La gente suele tomar a broma el infierno, como algo irrelevante. Irónicamente solo los espirituales se toman muy a pecho el destino final de los impíos. La misericordia me lleva a no desear estar en la situación que vivieron Lázaro y el hombre glotón, sin embargo, es una parábola muy gráfica de lo que realmente pasará.
La Palabra relata la historia de dos hombres y su destino después de la muerte física: el pobre Lázaro, lleno de llagas y sin ayuda, es llevado al seno de Abraham gracias a que su fe les contada por justicia, en tanto que el rico, que vestía con elegancia y celebraba un banquete cada día, termina sufriendo tormentos en el Hades.
El rico desde donde estaba vio a Abraham y a Lázaro y pidió misericordia a gritos, imploraba a Abraham que enviase a Lázaro para que mojase la punta de su dedo en agua, y refrescase su lengua; porque estaba atormentado en esa llama.
Pero Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado. Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y ustedes, de manera que los que quisieren pasar no pueden ni de aquí allá, ni de allá acá. Entonces le dijo: Te ruego, pues, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento. Y Abraham le dijo: A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos. Él entonces dijo: No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán. Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos.
En los tiempos de la destrucción de Jerusalén los judíos conocían de Moisés y los profetas, pero no oyeron, pues no hay peor sordo que el que no quiere oír. La imagen del versículo es una Jerusalén destrozada, lamentando su pérdida, quejándose de haber sido abandonada, pero sin volverse a Dios genuinamente. Sus hijos fueron destruidos porque el enemigo prevaleció, Dios permitió en santa justicia que perezcan.
Entonces de nada sirve humillarse sentándose en el suelo lleno de polvo, después de haber estado sentado en un trono ignorando a Dios, ni mostrarse triste y compungido, después de haber disfrutado del pecado, cuando el arrepentimiento no es genuino, cuando el pesar por el pecado es pasajero y no afecta profundamente al alma.
Dios consuela a quienes esforzados y valientes hacen su voluntad. Pero Israel pecó, en santa consecuencia Dios tuvo que apartarse para convertirse en justo juez.
El resultado del mal del pecado es la ira venidera. Es una advertencia para escoger el camino correcto. Pero no hay nada como los sufrimientos de Cristo Jesús, los sufrimientos de Jerusalén fueron pocos en comparación. Miremos a Jesucristo en la cruz y oigamos su voz para aprender de sus sufrimientos y seguirlo.
Se puede confiar plenamente en que Dios traerá juicio ante la transgresión, pero también traerá restauración si existe verdadero arrepentimiento. Jesús salva, Él es el camino, que conduce a la vida y a la verdad.
Les deseo un día muy bendecido.