Mientras callé, se envejecieron mis huesos En mi gemir todo el día. Salmos 32:3 RVR1960
Queridos amigos, qué terrible es el remordimiento cuando se tiene el conocido sentimiento de culpa. Se suele decir que la culpa es un juez implacable.
Cuando por haber cometido una falta, se está intranquilo, angustiado, frustrado y con pesar en el corazón, se trata de una emoción negativa, que a nadie le gusta, pero es necesaria para una buena adaptación al entorno en que se vive. La culpa pone en marcha conductas de ajuste y reparación.
Muchos autores están de acuerdo con la definición de la culpa como un afecto doloroso que surge del convencimiento de haber traspasado una norma ética o social, especialmente si se ha perjudicado a alguien. Su origen está afincado en la consciencia moral.
Los autores del mundo dicen que la consciencia moral se va desarrollando desde la infancia y que se ve influenciada por las diferencias existentes de un individuo a otro, y por pautas sociales y educativas. La Biblia dice que es implantada por Dios en todos los seres humanos.
Si confiamos en la Palabra sabremos que Dios pone consciencia ética y moral en todos los hombres en igual medida, por tanto, no es algo que se desarrolle a través de un aprendizaje en la familia, el entorno social y/o la escuela.
La culpa se da por acto u omisión de algo que hicimos, hacemos o haremos. Es un mecanismo a través del cual se realiza un juicio moral de una conducta determinada, para luego determinar que se ha cometido un error, por el cual se debe recibir un castigo.
A lo que el mundo llama error o falta, Dios llama pecado, en la medida que se trate de una acción u omisión que agreda a Su santidad. La santidad de Dios se puede comprender como la absoluta pureza ética y moral, porque Él está completamente separado del pecado y nunca hace el mal.
Es sorprendente ver la cantidad de autores y profesionales que se dedican a trabajar los sentimientos de culpa. Existe un sinnúmero de publicaciones que dicen, “aprende a liberarte del sentimiento de culpa”, “cómo afrontar el sentimiento de culpa”, etc. y etc.
Por supuesto que la culpa es una carga difícil de llevar, y más aún cuando se trata de culpa por pecado. El problema se suscita cuando las personas no están dispuestas a aceptar su culpa ante Dios.
Con tristeza he escuchado decir a varias personas, que ellas no tienen por qué asumir ningún sentimiento de culpa ante Dios, indican que ellas argumentarán con su consciencia en su debido tiempo. Sin el poder de Dios en acción es muy difícil llevar al hombre pecador a aceptar su condición caída de pecado. Es prácticamente imposible que el hombre natural acepte con humildad, que Dios le puede dar misericordia y gracia. Y ese es el único camino posible a la salvación.
Después de haber declarado que Jesucristo es el Señor y salvador con toda fe y certeza, se suscita el nuevo nacimiento en espíritu. El nacido de nuevo recién puede entender la dimensión de su culpa, sin embargo, al haber confesado sus pecados y al saber que éstos han sido perdonados, su paz de consciencia está asegurada, ya no tendrá el sentido de culpa que aqueja a quienes no piden perdón.
Ni el arrepentimiento ni la confesión de pecados hacen al pecador merecedor de perdón, pero son un requisito de Dios para beneficiarse de Su misericordia y gracia. El pecador no percibe la horrible opresión que el pecado genera sobre su alma, y busca explicaciones en lo racional y psicológico. De esa manera hay quienes ofrecen soluciones a la carga emocional que representa el sentimiento de culpa. La solución humana no es global y en el mejor de los casos es temporal. Solo Dios es quien puede dar la solución completa y definitiva al problema de culpa.
Si solo podrían entender que la solución es por misericordia y gracia de Dios. Busquemos a Dios cuando, por su providencia, Él nos llame a buscarlo. Él es tan bueno que incita al hombre, a través de su Espíritu, a que le busque.
Que el Señor quiera quitar toda carga de culpa de nuestros corazones.