Y el que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia, 2 Corintios 9:10 RVR1960
Queridos amigos, el mundo tiene la creencia, que el generoso de alguna manera siempre sale perdiendo.
Hace poco comenté mi intención de ayudar a una organización que se ocupa de personas necesitadas, la sincera recomendación que recibí fue: “asegúrate que el líder no sea un vividor, como muchos de los pastores cristianos”. ¡Qué terrible!
La mente carnal lleva a pensar que el dinero donado “inadecuadamente” es patrimonio desperdiciado. Sin embargo, para la mente espiritual dar es como sembrar para conseguir una buena cosecha. Por supuesto que no se trata de dar por dar, hay que hacerlo de acuerdo a la situación específica y criterio adecuado.
Si se ve un pobre en la calle no es necesario detenerse a pensar sobre la coherencia de dar, es obvio que necesita ayuda y se debe actuar, especialmente si se dispone de fondos en el bolsillo. Por otra parte, es necesario meditar en oración en cómo y a quién dar, cuando el propósito es aportar en una obra determinada.
No nos empobrecemos cuando damos, sin importar cuánto demos. El espiritual debe buscar las riquezas de los cielos y no las de la tierra. Sembrar bien hace que un manojo de semillas se convierta en varios sacos de grano. Sembrar el dinero que Dios pone a nuestra disposición, es poner los fondos en circulación, de la misma manera como cuando se siembra el Evangelio, se pone la Palabra en circulación, y en ambos casos los frutos son de bendición.
El mundo cree ser el autor de sus propias riquezas y por tanto, las quiere administrar como mejor le plazca. En tanto, el creyente es consciente de no ser el promotor de sus posesiones y sabe que Dios es quien provee para toda necesidad, ya sea en abundancia o en escasez. El perfecto criterio de Dios determina si dar más o menos, pero estemos seguros que da a todos sus hijos con suficiencia.
Quien recibe mayor abundancia debe también dar más. Esta no es una condición para el mundo, sino para el creyente genuino, aunque sería ideal que el mundo compartiese el mismo criterio.
El alma carnal no se siente necesariamente en la obligación de compartir y menos generosamente. Por el contrario el cristiano sabe que debe dar con liberalidad, siendo generoso. Vale reconocer con tristeza los diversos casos de personas del mundo, que avergüenzan a muchos cristianos con sus buenas obras.
Todo creyente bendecido con prosperidad debe ser de bendición para otros actuando con generosidad. Esa es su respuesta de gratitud a Dios.
Para sembrar se requiere de buena tierra y semilla, Dios provee ambos al agricultor. Y en su providencia luego le da el pan para comer.
¿Podemos creer que proveerá de igual manera los recursos para realizar generosas obras para el prójimo? Claro que sí, si salimos a realizar una obra podemos pedirle que nos regale los medios, y si después del trabajo tenemos hambre, Él nos dará alimento si se lo pedimos. Y si las cosas no resultan como esperábamos sigamos rogándole por mejores frutos.
De la misma manera, que la lluvia desciende de los cielos a la tierra y no vuelve allá, sino que la riega y la hace germinar y producir (Isaías 55:10), Dios proveerá y aumentará los recursos necesarios, para producir una gran cosecha de generosidad en Sus hijos.
Es necesario sembrar en justicia para cosechar misericordia, dejando descansar la tierra para buscar a Dios (Óseas 10:12).
Deseo que Dios ponga un corazón generoso en todos nosotros.