Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo. 1 Corintios 12:3 RVR1960
Queridos amigos, en estos tiempos modernos existe persecución, por ejemplo, en algunos países musulmanes se obliga a los cristianos perseguidos a blasfemar el nombre de Jesucristo.
Los perseguidores esperan oír “anatema sea Cristo” para absolver de la pena capital a los que apostatan de su fe. La palabra anatema etimológicamente hablando significa ofrenda (un animal sacrificado) pero por su asociación con el pecado se la usa como sinónimo de maldición. El apóstol Pablo expresa que ser anatema, es estar separado de Cristo (Romanos 9:3), en ese sentido anatema es el alejamiento de Dios sin la esperanza de ser redimido.
Para alguien con una fe sólida en su Señor será prácticamente imposible declarar que Él es anatema, justamente porque tiene su firmeza asentada en la presencia del Espíritu Santo en su vida, preferirá morir antes que blasfemar. Por supuesto que existen débiles en la fe que por miedo negaran a su Señor, para ello tenemos como gran ejemplo a Pedro, quien tras negar tres veces a Jesucristo vivió una vida de gran creyente. Pero no hay que olvidar que todo es posible por la misericordia de Dios, siempre y cuando el Espíritu Santo esté actuando.
Por otro lado, no se puede concebir que un creyente verdadero pueda usar la palabra anatema para referirse a su Señor. Esta afirmación se hace completamente cierta, porque ni una sola palabra denigrante hacia Cristo se podría originar ni en las mentes ni en las bocas de quienes son acompañados por el Espíritu Santo en su caminar.
El testimonio que el Espíritu Santo da sobre Jesucristo es tan poderoso, que queda sellado en todo el ser del creyente (Juan 15:26). Tanto para no decir de ninguna manera que Jesús es anatema como para afirmar que Él es nuestro Señor y salvador es necesaria la intervención del Espíritu Santo. Nosotros mismos no somos competentes para pensar por nosotros mismos las cosas de Dios, nuestra competencia viene del Espíritu Santo (2 Corintios 3:5).
Cuando Jesús les preguntó a sus discípulos: ustedes, ¿quién dicen que soy yo? Pedro, asumiendo el liderazgo, le respondió “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Cristo confirmó que tal respuesta solo podía haberla dado un bienaventurado que había sido bendecido con la revelación de Dios. El conocimiento sobre la naturaleza del Cristo no es revelado por sangre ni carne sino solo por el Espíritu Santo (Mateo 16: 15-17).
En Romanos 10:9 la Palabra nos enseña: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos serás salvo. Esta enseñanza suele ser mal utilizada en ciertos círculos religiosos donde a los incautos*, ignorantes de la Biblia, les hacen repetir una oración de fe en la cual confiesan con su boca el señorío de Jesús, bajo la premisa de que ya respondieron positivamente a la pregunta previa de si creían, para decirles que ya son salvos.
(*Uno de los tantos incautos fui yo en persona.)
Me arriesgo a aseverar que la gran parte de las veces, si no todas, el Espíritu Santo no interviene en dicho rito y, por tanto, llamar Señor a Jesús, en ese caso, es un acto de mera emoción, pues reconocer su señorío sobre la propia vida implica arrepentimiento, es decir un cambio radical de la forma de vivir.
Lo mejor es predicar el evangelio y dejar que obre su poder sobre las personas, sabiendo que es poder de Dios y que Dios decide de manera soberana a quién llamar. Las fórmulas mágicas no forman parte del cristianismo.
Después de lo expuesto, resulta más fácil comprender el duro pasaje del Evangelio de Mateo que dice: Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí, apartaos de mí, hacedores de maldad (Mateo 7:22-23). Una vez más, nadie puede llamar Señor a Jesucristo sino es por obra del Espíritu Santo.
Tengamos mucho cuidado con aquellos que proclaman hablar en el nombre de Dios. Recordemos que no hay que caminar mucho para tropezarse con un falso maestro. Los falsos maestros así como Satanás andan alrededor como león rugiente buscando a quien devorar (1 Pedro 5:8-9).
Resistamos a estos engañadores como al mismísimo Satanás, verificando sus palabras a la luz de las Escrituras. Si enseñan otra cosa, un Evangelio diferente al de la Biblia, huyamos de ellos. Recordemos las palabras del profeta Jeremías: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová (Jeremías 17:5). Evaluemos todo a La Luz de las Sagradas Escrituras.
Les deseo un día muy bendecido.