Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos. 1 Corintios 4:12 RVR1960
Queridos amigos, vivir bajo la fe de Jesucristo es una vida de insensatos desde la perspectiva del mundo; puede ser vista como una condición humillante para el corazón del hombre no convertido, pero glorifica a Dios y pone gozo en los corazones regenerados.
Es deber de todo creyente trabajar y esforzarse en su labor, de ninguna manera se debe convertir en un lastre para nadie mientras tenga fuerzas. Sobre que el apóstol Pablo era muy consciente de este hecho, podemos leer en diferentes pasajes del Nuevo Testamento, donde él hace hincapié de no haber sido una carga (económica) para ninguno.
Se conoce a Pablo como fabricante de carpas o tiendas, oficio que desempeñaba de manera dedicada mientras no estaba enseñando o predicando el evangelio. El trabajo manual que realizaba no solo servía para pagar sus propias expensas, sino también para ayudar a los necesitados, pues no dejaba de recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir (Hechos 20:34-35).
Existían diferencias culturales significativas entre los creyentes judíos y griegos. Mientras que para la mentalidad judía era completamente natural, además de loable, que un líder religioso trabajara con las manos, para el pensamiento griego, se trataba de algo impropio y poco digno de una autoridad, lo cual conducía a una suerte de desprecio del trabajo de Pablo por parte de los corintios.
De igual manera como los curas y pastores de éstos tiempos son puestos en alto por su elocuencia al hablar y por algunas buenas obras que realizan, los corintios estaban equivocándose al dividirse en grupos para seguir a su predicador favorito, unos decían ser de Apolos, otros de Pablo o de Pedro. Manifestaban mucho orgullo acompañado de un sentimiento de superioridad, mostrándose muy satisfechos de sí mismos.
Cada grupo pensaba tener la razón y se ensoberbecía en sus ideas, pensando ser mejor que el resto; de esa manera cayeron en el pecado del orgullo espiritual. Pablo no tardó en advertirles de que no debían exagerar poniendo en alto a los diferentes maestros, menos atarse a un predicador en particular, porque todos eran simples convertidos en puestos de servidores de Dios, que pasaban padecimientos por el mismo evangelio.
Aunque alguno sea más impresionante o convincente con sus palabras, no se le debe otorgar mayor categoría que a otro. La Iglesia de Jesucristo está conformada por hijos de Dios con diferentes dones y mayor o menor crecimiento espiritual, sin embargo, todos son iguales a los ojos de su Creador. Gozan de la misma gracia de Dios, quien les otorga todo lo que son y lo que tienen, ninguno tiene nada que no haya recibido.
Los más crecidos en espíritu deben trabajar para el bien y crecimiento de los otros, el mayor debe servir al menor. Sería calamitoso y muy incoherente para un pecador salvado por la sola gracia soberana de Dios enorgullecerse de los dones recibidos. Tendríamos que cuestionar la regeneración espiritual de los líderes que viven para ser servidos y se sirven de los crédulos que los rodean.
De una manera similar a variadas congregaciones de éstos días los corintios hacían gala de sus logros espirituales personales y supuestos privilegios religiosos alcanzados, pensando que de eso se trataba la vida cristiana. Para Pablo, quien estaba dispuesto a morir por Cristo, era todo lo contrario, había que llevar una vida humilde de servicio.
Si le maldecían o insultaban, su reacción era de bendición; mientras le perseguían asumía la actitud humilde de soportar pacientemente. Esta clase de conducta resulta sorprendente para el impío, quien reacciona de manera inmediata y encendida ante una agresión. Se trata de una forma de ser, que ante los ojos paganos denota debilidad y estupidez, sin embargo, la humildad y pacífica mansedumbre provienen y son de Dios.
El desprecio y persecución hacen parte de la vida de aquel convertido verdadero, que busca vivir fiel a Jesucristo. Aquellos que buscan hacer la voluntad de su Señor, deben estar preparados con paciencia y dominio propio para el sufrimiento. Los discípulos de la Iglesia de los primeros tiempos se gozaban cuando eran sometidos a abusos, no por tener un espíritu masoquista, sino que disfrutaban el gozo de sufrir por su Señor, quien sufrió por ellos.
¿Acaso no es mejor pasar por tribulación, abuso, desprecio y rechazo, que disfrutar de la aprobación del mundo sin tener un espíritu regenerado? Aunque el mundo deseche a los hijos de Dios como escoria, aún así éstos serán glorificados por Él y estarán a su lado compartiendo eterna morada.
Les deseo un día muy bendecido.