Pero la gracia de nuestro Señor fue más abundante con la fe y el amor que es en Cristo Jesús. 1 Timoteo 1:14 RVR1960
Queridos amigos, durante una sesión de un grupo de estudio que dirijo, pregunté si donarle un monto de dinero a un pobre se puede entender como gracia.
Bajo la definición de gracia como un regalo inmerecido, darle una dádiva no merecida a un mendigo desconocido sí es una acción de gracia. A esta persona nunca se la había visto antes, y posiblemente, nunca se la vuelva a ver, jamás se tuvo la más mínima noción de su existencia ni de su vida, menos del contenido de su corazón, entonces regalarle algo es pura gracia.
La siguiente pregunta que les hice fue, ¿le darían una gracia a alguien (pobre) que les hizo daño? La respuesta inmediata fue un “no” casi a coro. En son de broma terminé mi investigación, cuestionándoles su cristianismo por haber usado tan poca misericordia en su contundente respuesta.
Dios, por tener dentro de sus atributos inmutables la misericordia, se fija en seres humanos, que se la pasan transgrediendo la ley y haciéndole daño a su santidad, para darles su maravilloso regalo de gracia. En realidad, en quienes Dios pone su mirada, son sus enemigos, pues éstos no dejan de agredir al infinitamente Santo con su pecado constante.
Observamos que la gracia es dada por Dios a los impíos que no la merecen en absoluto, por una parte por no haber realizado nada favorable para recibirla, y por otra, por haber hecho todo para no recibirla. Se trata de la humanidad en su conjunto, todos nosotros que nos ocupamos de agredir a Dios con nuestro pecado una y otra y otra vez, quienes somos susceptibles de ser llamados y bendecidos con su gracia.
La gracia de Dios es más abundante que nuestro pecado, y se derrama sobre los escogidos con gran generosidad, llenándoles de la fe y del amor que provienen de Cristo Jesús.
El escogido por Dios, quizás reciba el esclarecimiento sobre el motivo de su elección cuando esté en Su presencia en el cielo, mientras viva en la tierra no tendrá una explicación, pues después de haber sido regenerado en espíritu, conoce muy bien su condición anterior de enemigo agresor de Dios y sabe que su reconciliación solo fue posible por el amor de Cristo.
Contamos con un duro ejemplo en la vida y obra de Pablo, quien antes de ser convertido blasfemaba el nombre de Cristo y de manera muy insolente perseguía a los cristianos; después de vivir el arrepentimiento se autodenominaba “el peor de los pecadores”.
Quizás no haya muchos temibles Pablos entre nosotros, me refiero al viejo Pablo, pero muchos hemos estado muy cerca en nuestros comportamientos y actitudes. Como conocedor de mi propio pecado me animo a posicionarme personalmente en las grandes ligas de pecadores y reconocerme como uno de los peores pecadores, aunque no tengo antecedentes penales y la mayoría de las personas que me conocen no podrán aseverar que soy tan malo. Lo único que hago es reconocer mi agresivo pecado ante la infinita santidad de Dios.
Debemos darle gracias a Jesucristo nuestro Señor, quien con su obra de cruz ha permitido que podamos ser perdonados de nuestros pecados. Pero sin la misericordia y gracia de Dios dicho perdón no sería posible.
Nuestro Dios es tan misericordioso y lleno de gracia, que se fija en seres ignorantes e incrédulos, que se creen mucho sin ser nada, para llenarlos de fe que los lleva a creer en Jesucristo como su Señor y salvador.
Hagamos uso de tan abundante misericordia y gracia en nuestras vidas. Seamos agradecidos con Jesucristo nuestro Señor, quien nos da fuerzas para llevar a cabo su obra, como siervos dignos de su confianza.
Pensando en el regalo de gracia recibido permitamos ser usados, como Pablo, como ejemplo de Su gran paciencia para que otros también se den cuenta de que pueden creer en Él y recibir la vida eterna.
Como bendecidos beneficiarios de la divina gracia exaltemos a Dios: ¡Que todo el honor y toda la gloria sean para Él por siempre y para siempre! Él es el Rey y Señor eterno, solamente Él es Dios. Les deseo un día muy bendecido.