Al justo no lo salvará su propia justicia si comete algún pecado; y la maldad del impío no le será motivo de tropiezo si se convierte. Si el justo peca, no se podrá salvar por su justicia anterior. Ezequiel 33:12 NVI
Queridos amigos, los humanos solemos evaluar al prójimo por lo que ha sido, nos gusta ver si tiene antecedentes, cuál es su experiencia pasada, y en función a ello vaticinamos cómo podría ser su comportamiento futuro.
Contrariamente al comportamiento del hombre Dios ve en el creyente genuino lo que será, pues lo que ha sido para Él ya no existe, ha sido borrado por completo. El apóstol Juan escribió: El que cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios (Juan 3:18).
No cabe la menor duda de que cada uno es responsable de sus acciones, y debe responder por ellas. Queda la pregunta: ¿puede decidir hacer el bien o perpetrar algo malo con total libertad de decisión?
La respuesta depende de la condición espiritual. Si el individuo no es convertido, es esclavo del pecado, por lo tanto, se encuentra bajo el yugo del pecado a quien como esclavo está sometido para obedecer. Entonces, a pesar de hacer cosas buenas, todas ellas sin excepción, están contaminadas con al menos una pequeña parte de pecado, porque el dominio opresor sobre el impío es tan fuerte, que ninguno de sus actos y pensamientos puede salir de esa camisa de fuerza llamada pecado.
Por el otro lado está el convertido, que para convertirse ha tenido que pasar por un proceso de nuevo nacimiento para vida nueva. Gracias a la obra de Dios sobre él ha sido liberado de la esclavitud del pecado y es libre en Cristo Jesús, porque Él ha pagado el precio de su liberación. Es recién entonces que sus obras de justicia, es decir buenas obras, pueden ser libres de la contaminación espiritual del pecado.
Pensar que siendo justo, es decir haciéndolo todo bien en el sentido espiritual, se puede ser salvo es un gravísimos error. Jesucristo enseña que nadie es bueno, sino sólo Dios (Marcos 10:18) y el apóstol Pablo complementa diciendo que no hay un solo justo, ni siquiera uno (Romanos 3:10).
En el hipotético caso de que hubiera una persona justa, viviendo una vida impecable hasta el día de hoy, y sin querer, comete un insignificante pecado en este minuto, con gran lamento perdería de golpe todo lo avanzado hasta este punto. El problema es que los deslices o grandes caídas del pecado son inevitables para el hombre.
Ante esta hipotética situación, que en todo caso es imposible, de que un individuo pueda vivir en justicia bajo su propia fuerza durante un largo tiempo y que de pronto tenga solo una pequeña caída, cuyo efecto sea perder de sopetón todo lo recorrido, el verdadero y triste resultado de su pecado es que se encuentra en una situación desesperada por no poder hacer nada, por más esfuerzos que realice.
La salida sería “¿y ahora, quién podrá defenderme?”. La necesidad de que alguien intervenga para ayudar se hace imperativa, pues la persona por sí misma nada puede hacer. En ese punto interviene la misericordia, bondad y amor de Dios, siempre y cuando exista arrepentimiento genuino de por medio. Él manda a su único Hijo a pagar las deudas de los pecadores, incluido el pequeño desliz, que debe ser llamado por su verdadero nombre, que es pecado.
El apóstol Juan en su primera epístola escribe con grande amor a los creyentes: Hijitos míos, estas cosas les escribo para que no pequen; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo (1 Juan 2:1). Está claro quién puede ayudarnos, es la maravillosa persona del Señor Jesucristo, Él es el gran y único ayudador y salvador.
Entonces, si alguno dice creer de verdad y sigue pecando, hace una profesión de fe falsa y será destruido por su orgullosa autoconfianza. Es prácticamente una ley, que el hombre que confía en sus buenas obras y asegura que serán suficientes, está presumiendo de algo que, sin darse cuenta, es la consecuencia de su esclavitud del pecado, que le lleva a cometer iniquidad y, por tanto, al infierno.
Por otro lado, están aquellos que puede que hayan pensado merecer algo por su buen comportamiento, o simplemente han llevado una vida de pecado, pero reciben ojos para ver, se dan cuenta y se arrepienten, para abandonar su viejo hombre y comenzar a caminar por el buen camino de Jesucristo, éstos serán salvos.
Mientras no exista separación entre el hombre y el pecado, no podrá existir acercamiento entre Dios y el hombre. Con Jesucristo como mediador es posible generar una unión indivisible entre el hombre y Dios, dejando el pecado como cosa olvidada (por Dios) del pasado.
Les deseo un día muy bendecido.