Pero tú debes volverte a tu Dios, practicar el amor y la justicia, y confiar siempre en él. Oseas 12:6 NVI
Queridos amigos, el creador del cielo y de la tierra, el Omnipotente, autoexistente y eterno Dios es el único Dios, por tanto, es Dios sobre todo y todos.
Hubo, hay y habrá quienes lo ignoren y otros que lo rechacen, eso no quita que se mantenga como su Dios soberano, a quien rendirán pleitesía rendidos a sus pies tarde o temprano. Reconocerán en Jesucristo al Señor sobre todas las cosas, aunque para muchos será demasiado tarde, pues a los que en ese momento quieran acercarse, Él les dirá parafraseando: “Apártense de mí hacedores de maldad, pues no tuvieron la menor intención de hacer la voluntad de mi Padre celestial” (Mateo 7:21-23).
La dureza de corazón en la raza humana se viene manifestando desde los inicios de la creación. Cuando Dios destruyó a la humanidad mediante el diluvio salvando sólo a 8 personas, Noé y su familia, podemos observar que nadie estaba libre de culpa, pues ni Noé ni su familia lo estaban, y fueron salvados sólo por misericordia.
Algo similar sucedió en Sodoma y Gomorra, pues fue imposible encontrar diez justos para justificar no destruir ambas ciudades (Génesis 18:24-32). Nadie quería volverse a Dios. Muchos esgrimen el argumento de cómo alguien puede volverse a Dios, si nada sabe de Él, porque no tuvo la oportunidad de conocerlo. Es un argumento por demás débil (Romanos 1:18-32).
Dios instaura en cada uno de los humanos un sentido moral único. Es por ello que de aquí a la Cochinchina todos saben la diferencia entre el bien y el mal. Si no se hace el bien es otra cosa. El apóstol Pablo afirma como dicen las Escrituras: “No hay ni uno solo justo, ni siquiera uno. Nadie es realmente sabio, nadie busca a Dios. Todos se desviaron, todos se volvieron inútiles. No hay ni uno que haga lo bueno, ni uno solo” (Romanos 3:10-12).
Para variar el pueblo de Israel necesitaba una vez más ser llamado a enderezarse, a pesar de tratarse del pueblo escogido de Dios. Oseas clamaba al pueblo diciéndole que volviese a Jehová, porque había caído por su pecado (Oseas 14:1). Dios está viendo el pecado y no tardará en llamar para que se le rindan cuentas.
El llamado para los pecadores lo hizo Isaías: Busquen a Dios mientras pueda ser hallado, llámenle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Dios, el cual tendrá misericordia de él y será amplio en perdonar (Isaías 55:6-7).
¿Por qué se lamenta el hombre viviente? Laméntese el hombre en su pecado. Escudriñemos nuestros caminos, y busquemos, y volvámonos a Dios; levantemos nuestros corazones y manos a Dios en los cielos (Lamentaciones 3:39-41). Rasguen su corazón, y no sus vestidos, y conviértanse a Dios, porque es misericordioso y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo (Joel 2:13). Hacer esto sería lo razonable, pero sin la intervención de Dios nadie está dispuesto a llevarlo a cabo.
Cómo sería el mundo si viviésemos bajo los fundamentos del carácter de Dios, que son el amor y la justicia. Aunque en el mundo se ven destellos de amor y justicia verdaderos, en general el hombre natural propende a amarse a sí mismo, viviendo bajo su justicia propia.
Es imperativo nacer de nuevo y pasar por el arrepentimiento de pecados para iniciar una vida en amor y justicia. El convertido anhela vivir alejado del pecado sustentado en la justicia divina, motivado por el amor que tiene por Dios.
Oseas llama a vivir bajo el amor y la justicia, es un llamado válido para la eternidad. El amor no puede separarse de la justicia, pues donde existe mucho amor sin justicia se genera permisividad, y donde hay pura justicia sin amor, se suele presentar una ausencia de misericordia.
Para vivir una vida acorde a Dios es imprescindible tener un equilibrio entre los fundamentos de amor y justicia. Pero esperar en Dios y confiar en Él, aunque parezca que su ayuda no llega, es imprescindible para vivir en lealtad y en derecho, es decir en amor y en justicia.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.