Al sentir que se me iba la vida, me acordé del Señor, y mi oración llegó hasta ti, hasta tu santo templo.” Jonás 2:7 NVI
Queridos amigos, es curioso observar cómo funciona la naturaleza del hombre natural, cuando está bien, lo más común es que tienda a olvidarse de Dios, pero cuando las cosas se ponen feas, empieza a buscarlo en gran clamor.
Esto suele ser un indicador de una pobre o nula relación con Dios, de gentes que dicen creer, porque en su entender Dios les ofrece cosas, que nadie más les puede dar. Pero sólo acuden a Él cuando las esperanzas en sus propias fuerzas o en las de otros empiezan a menguar.
Jonás fue un profeta que cayó en desobediencia, como muchos de los creyentes verdaderos. A pesar de ello, Jonás no abandonó su fe, pues nunca dejó de creer en el Dios Todopoderoso. El yo y la supuesta razón se apoderaron de las decisiones de Jonás y lo condujeron a desobedecer a Dios. Tomó la decisión de dirigirse al camino contrario que Dios le estaba enviando, porque pensó que su criterio era superior al de su Señor.
Es imposible luchar contra Dios y prevalecer en la propia posición equivocada, especialmente cuando se es hijo de Dios. El Padre celestial decidió usar a Jonás para sus propósitos y nada ni nadie se podrían interponer a sus planes.
Dios generó una tormenta, los marineros que veían su vida en peligro determinaron que Jonás era la causa y decidieron echarlo fuera de borda. Jonás cayó en aguas revueltas y probablemente pensó que su vida había llegado a su fin, jamás se hubiera imaginado ser tragado por un pez para después salir ileso de tan fatídica aventura.
Jonás estuvo consciente durante los días que pasó dentro del pez, pudo discernir que estaba siendo mantenido con vida a pesar de la extraña condición en que se encontraba. Podía haber sentido miedo, mucho miedo, por estar en un lugar oscuro y muy poco agradable, pensando que le quedaba poco tiempo de vida. Pudo haberse desesperado por la falta de aire, de agua y de espacio, pudo decirle a Dios que mejor hubiese sido que lo mate, pero no fue así.
Quienes andan con Dios, se gozan en Él y disfrutan de Su paz en sus corazones, incluso cuando se desvían y actúan con desobediencia. Jonás no sintió miedo, pues tuvo la paz de Dios en el corazón, a pesar de haberse hundido en las profundidades por sus malas acciones. Sabía que no estaba fuera de Su vista y miró hacia su Santo Templo.
A pesar de su seguridad su alma desfallecía, estaba afligido por reconocer su pecado y oró. Estaba siendo mantenido con vida de manera milagrosa, pudo ver la misericordia de Dios y clamó. La reacción normal del creyente es pensar que no merece dirigirse al Padre cuando es consciente de su pecado, no se anima a abrir los labios por temor a la ira, pero cuando recuerda la buena voluntad de Dios a pesar de tanta ofensa, ora con arrepentimiento y el corazón en las manos.
Ningún lugar es inapropiado para orar. Podemos orar en medio de una sonada fiesta del mundo o en la oscuridad del vientre de un pez. Dios nos oirá con prontitud, aunque su respuesta no sea inmediata o la que buscamos recibir. Pensemos que nada ni nadie puede impedir que oremos y que tengamos comunión con Dios mientras tengamos uso de consciencia.
Lo peor que un creyente puede hacer, es emular los comportamientos del mundo, que siguen vanidades, que no son otra cosa que mentiras. No tardará en darse cuenta, por la gracia de Dios, que está declinando hermosos privilegios por desviarse desobedientemente.
La desobediencia aleja de Dios al más pio de los creyentes. Es menester orar en gran clamor para no abandonar el deber de la obediencia a Dios. Que el temor y el temblor nos dominen cuando estemos por caer en desobediente pecado.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.