El hijo honra al padre, y el siervo a su señor. Si, pues, soy yo padre, ¿dónde está mi honra? Y si soy señor, ¿dónde está mi temor? dice Jehová de los ejércitos a vosotros, oh sacerdotes, que menospreciáis mi nombre. Y decís: ¿En qué hemos menospreciado tu nombre?” Malaquías 1:6 RVR1960
Queridos amigos, la actitud del hombre, que es un pecador por naturaleza, suele ser la de querer enterrar su convicción de pecado lo más profundo posible, porque el mundo le ofrece cosas mejores, y sin darse cuenta aporta para su propia destrucción.
¿Cuántas veces luchamos por convencernos de que algo que hacemos no está mal, a sabiendas de que es pecado? Nos esforzamos por encontrar una y otra justificación que satisfaga nuestra mala conciencia.
Si estas luchas también se dan en los creyentes, que, se supone, están en el camino de santidad y, por tanto, tienen sentidos desarrollados (ojos para ver y oídos para oír) para alejarse del pecado, con mayor razón se presentan en los corazones endurecidos de los impíos, que, en cierta medida, pueden diferenciar entre el bien y el mal, pero no quieren hacerlo o lo hacen en las ocasiones en que es políticamente correcto.
Nada menos que los sacerdotes realizaban un abierto y sistemático rechazo a los preceptos para los sacrificios establecidas por Dios. La Ley exigía que los sacrificios fueran hechos con animales vivos y sin defectos. Los sacerdotes incumplían la Ley al realizar sacrificios imperfectos a Dios, dedicándole animales enfermos, cojos, ciegos e incluso muertos.
La hipocresía nos lleva a escandalizarnos: “qué barbaridad, cómo podían ser tan transgresores, pero los sacerdotes de nuestros tiempos son parecidos, por lo visto poco o nada cambia”. Y es que no estamos sintiendo el dolor de tener una viga en el ojo, pues con lo que se carga a los sacerdotes, puede ser totalmente imputado también a nosotros sin impedimento alguno.
¿Cuántas veces hemos sido irreverentes y hemos actuando con negligencia ante las cosas que Dios nos ordena realizar? La respuesta suele ser bastante vergonzosa, porque no nos caracterizamos por ser muy buenos cumplidores.
Es probable que muchos de los sacerdotes no fueron bendecidos con la gracia salvadora, pero los que somos bendecidos con la maravillosa gracia tenemos a Dios como Padre y a Jesucristo como Señor. Y todo hijo le debe honra a su padre, así como todo siervo le debe obediencia y sumisión completa a su amo y Señor, por lo tanto, estamos en el deber de temer y honrar al Padre y al Señor en todo.
Cuando un padre reprende o disciplina justamente a un hijo, la defensa del hijo suele ser “¿pero yo qué he hecho, de qué se me acusa?” Por lo visto, su transgresión no le causa preocupación y tampoco le es motivo de remordimiento. Esa es una clara demostración de menosprecio hacia la autoridad.
Estos sacerdotes además de ser incrédulos no tenían ojos para ver que los sacrificios de animales eran sombra de lo que habría de venir, el sacrificio del Cordero Perfecto. Al no poder ver un palmo más allá de sus narices pensaban que sacrificar animales valiosos era un desperdicio.
Tengamos mucho cuidado de no actuar con similar ignorancia, ofreciendo animales imperfectos, lo cual es una actitud de desprecio y por consiguiente una afrenta para Dios. Debemos cuidar nuestros corazones evitando los pensamientos vanos, las palabras inicuas, las acciones impías y las distracciones del mundo.
Para que nuestras acciones sean de olor agradable para Dios, no es suficiente cumplir con sus ordenanzas solo por el deber de cumplirlas. Se deben hacer de todo corazón como ofrenda pura, con el convencimiento de que esa es la única manera que tenemos para agradar a Dios.
Sin convencimiento de pecado y el consiguiente arrepentimiento el camino angosto hacia la salvación no puede ser recorrido. Es imperativo que el pecador se arrepienta genuinamente de sus transgresiones y realicé un cambio radical de vida, comenzando por desechar por completo las malas influencias del mundo.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.