Entonces Pedro, abriendo la boca, dijo: En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia. Hechos 10:34-35 RVR1960
Queridos amigos, hasta esos días el pueblo israelita había sido el pueblo elegido, y los judíos no podían concebir que otros que no fueran de su estirpe, es decir los gentiles, pudiesen convertirse al Dios de Israel.
Estaban los prosélitos, personas ajenas a la nación de Israel, que habían decidido convertirse al judaísmo, que si bien no eran muchos, todos eran de origen gentil sin excepción. En la mente judía reinaba un halo de superioridad, pues ellos se consideraban a sí mismos especiales, por tratarse de miembros del pueblo escogido de Dios.
En ese sentido, para ellos era impensable que un judío se juntase con un gentil. Si este tipo de unión se daba, constituía, sin lugar a dudas, un motivo de gran escándalo. La recién creada iglesia de Jesucristo tenía que vencer esa gran barrera para cumplir con el objetivo de difundirse a los cuatro vientos.
La Palabra menciona que Dios escogió al pueblo de Israel, a pesar de que era mucho más pequeño e insignificante que otros pueblos. No había nada de especial en ellos, pues eran rebeldes de corazón y duros de cerviz, sin embargo, fueron grandemente bendecidos sin merecerlo, solo y únicamente por misericordia.
Esa fue una gran demostración de misericordia de aquel Dios soberano, que tiene misericordia de quien quiere tener misericordia (Éxodo 33:19; Romanos 9:15). Su misericordia se manifestó para una nación en su conjunto, sin embargo, a partir de la muerte expiatoria de su Hijo Jesucristo la obtención de misericordia se convertiría en personal, sin importar a qué nación el individuo perteneciese.
Dios no hace acepción de personas, significa que no interesa a qué raza, clase social o nación una persona pertenezca para que pueda ser bendecida con misericordia y gracia. Dios en un anterior pacto una vez escogió un pueblo, y dentro del nuevo pacto elige personas individuales de cualquier origen para conformar su nuevo pueblo, la iglesia de Jesucristo.
El verdadero temor de Dios y el anhelo por seguir Su justicia son efecto de Su gracia especial. Vemos que primero está la gracia, después están la adoración y el amor por Dios, por lo tanto, las buenas obras del hombre no son la causa para ser aceptado por el Todopoderoso, más bien son la prueba de que Dios lo acogió y que Él se ocupará de suplir todas sus carencias y de llenar todos sus vacíos.
Dios le ordenó a Pedro para que evangelizara a Cornelio, un gentil romano. Al apóstol no le quedó alternativa, pues tuvo que actuar en contra de su sentido común y la tradición establecida. Sin duda alguna Pedro se obligó a realizar un gran esfuerzo, pues además de ser apóstol también era hombre espiritual viviendo en un cuerpo carnal. No es fácil rechazar en la carne aquello firmemente arraigado, como ser la enseñanza que tuvo Pedro de no mezclarse con los gentiles por ser de linaje escogido.
La dificultad que la naturaleza carnal interpone al hombre espiritual puede ser acarreada durante buen tiempo. A pesar de lo vivido, Pedro tuvo que ser reprendido por el apóstol Pablo para poder dejar definitivamente de lado su arraigo cultural tan fuertemente establecido en su interior (Gálatas 2:11-21).
Si Dios no hace acepción de personas, los creyentes tampoco debemos hacerlo, aunque nos cueste mucho. Entreguémonos en oración para que Dios ponga un corazón dispuesto y amoroso en nosotros a fin de que podamos ver a nuestro prójimo con los ojos de Jesucristo.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.