Todos estos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María, la madre de Jesús, y con sus hermanos. Hechos 1:14 RVR1960
Queridos amigos, existen sucesos en la vida que son difíciles de comprender, seguramente se requiere de un tiempo para analizarlos y digerirlos, y finalmente comprenderlos para aceptarlos.
Jesús fue crucificado. Para quienes lo conocían de cerca y sabían quién era, fue algo inconcebible, muy difícil de comprender. Se habrán preguntado con gran sufrimiento sobre el porqué de tanta maldad.
Pero cuando vieron a Jesucristo resucitado todo lo malo quedó en el pasado, su Señor estaba ahí, presente, más vivo que nunca. Es probable que su pensamiento fuera: “ahora lo tendremos con nosotros por siempre, qué alivio”.
Sin embargo, la felicidad no les duró por mucho tiempo, pues pasados cuarenta días su Señor fue alzado en el aire, y le recibió una nube que le ocultó. Era evidente que el Hijo del hombre era Dios y había ascendido a su morada en los cielos. No obstante dicha evidencia, lo que vieron era difícil de explicar, especialmente para los impíos.
No les podía caber la menor duda de que Dios había estado con ellos, por lo tanto, podían creer con total certeza en todas sus palabras. Poco antes de irse Jesús les había manifestado, que debían esperar la promesa del Padre, que no era otra cosa que la llegada del Espíritu Santo para bautizarlos dentro de no mucho tiempo.
El Espíritu Santo vendría a reemplazar la presencia de Jesucristo y moraría en ellos para que fuesen los heraldos de la Palabra de Jesucristo hasta en lo último de la tierra. Qué misión más importante, cuánta responsabilidad estaba poniendo el Señor sobre sus seguidores.
Solo la fe puede llevar a creer firmemente en lo que no se ve. Pero pudieron constatar con sus propios ojos cómo Jesús desaparecía entre las nubes. Como mínimo quedaron estupefactos al ver la ascensión de Cristo, era uno de esos eventos difíciles de entender. Volvieron al lugar donde compartían habitación varios de los apóstoles y otros creyentes, y se sumieron en profunda oración.
Los medio hermanos de Jesús, que no habían creído durante su vida que Él fuera el Mesías, ahora creían gracias a su resurrección y ascensión. Los acompañaban la madre terrenal de Jesús y las otras mujeres de fe. Se trataba de las pocas personas que conformarían la Iglesia dentro de poco tiempo.
Perseveraban unánimes en oración. Estaban clamando y suplicando a Dios, pues se veían solos. La promesa llegaría, podían estar seguros de ello, sin embargo, su aflicción era grande, porque su Señor se había ido.
No conocían al Consolador prometido y sabían de los problemas y peligros que tendrían que enfrentar. Era necesario entregarse en oración para pedir fortaleza y guía al Dios Padre. Jesús les había ordenado no abandonar la ciudad de Jerusalén. La espera podía ser larga, ¿qué mejor cosa que entregarse a Dios en oración y saberse escuchado?
La oración ferviente y persistente del pueblo de Dios siempre hallará respuesta, especialmente si es realizada según Su voluntad. Tenían un inmenso reto por delante, debían llevar el evangelio a todas partes. Sabían que el Espíritu Santo vendría, el problema era cuándo vendría.
Probablemente clamaban a Dios para que viniese pronto, tenían un excelente motivo para vivificar su oración, además se alentaban los unos a los otros para seguir orando. Quienes se humillan en oración y claman para ser oídos, serán escuchados por Dios y recibirán bendiciones espirituales, que les fortalecerán el alma, el corazón y la fe para ser más obedientes y amorosos, para tener la fuerza y el valor a fin de realizar la obra encomendada.
Oremos por la causa de Jesucristo, que el evangelio sea difundido por doquier y que llegue a los corazones de la gente, qué el Señor nos bendiga con vidas rescatadas de la perdición. Los hermanos en Cristo estemos unánimes como nuestros hermanos de los primeros tiempos.
Les deseo un día muy bendecido.