Pues, aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; 2 Corintios 10:3 RVR1960
Queridos amigos, la Biblia nos enseña que tenemos tres enemigos: la carne, el mundo y Satanás.
Desde que fuimos concebidos en el vientre de nuestra madre es que andamos en la carne, es decir que somos seres de este mundo hechos de carne y hueso.
Está demostrado que el cuerpo no es tan fuerte como algunos creen, pues una simple y minúscula bacteria es capaz de destruirlo. Concluimos que los humanos somos seres frágiles y bastante limitados.
Cuando el apóstol Pablo indica que andamos en la carne, se refiere a que a pesar de haber nacido de nuevo, es decir que por obra del Espíritu Santo contamos con un espíritu regenerado, seguimos siendo físicamente mortales, sujetos a las debilidades del cuerpo y a morir por cualquier motivo común a todos los humanos.
Así mismo, el hombre espiritual no deja de vivir físicamente dentro de las realidades de este mundo, sin embargo, por su condición regenerada dejó de ser de este mundo para convertirse en ciudadano del reino de los cielos.
El nacido de nuevo se convierte en forastero en tierra extraña y vive anhelando habitar la morada celestial que Cristo Jesús le tiene reservada.
Si bien no dejamos de ser seres carnales hasta nuestra muerte física, pasamos a ser seres espirituales, lo cual nos lleva a ser partícipes de la esfera espiritual, en la cual se lleva a cabo una gran guerra contra el pecado y Satanás.
Por tal motivo no militamos según la carne, significa que nuestra batalla no es contra carne y sangre (Efesios 6:12).
Las armas carnales que poseemos no son de ninguna utilidad en la batalla espiritual, los instrumentos de defensa y armas, que proporciona el poder de Dios son los elementos imprescindibles para librar batallas contra todo lo que se oponga a Su divina voluntad.
El apóstol Pablo se veía como un soldado de Jesucristo, que batallaba con su mente y corazón contra todos los que estaban en oposición a Dios y rechazaban el Evangelio de Jesucristo.
El soldado de Cristo necesita una armadura y una espada y Dios se las da (Efesios 6:10-18), son pertrechos poderosos del ejército de Dios, que consiguen derribar fortalezas.
El Evangelio aniquila todo argumento de la carne, destruye todo pensamiento fuera de la verdad y toma cautivo a todo pensamiento para llevarlo a la obediencia de Jesucristo. Gloriosa batalla, ¿cierto?
Antes de convertirme vivía en una inexpugnable fortaleza sustentada en mis necias convicciones mundanas, en mis argumentos arrogantes y mis ideas ignorantes, pensando que Dios era fruto de la imaginación y que la teoría de la evolución y lo que enseñaba la ciencia era irrefutable.
Cuán avergonzado me vi al descubrir lo equivocado que estaba cuando mi mentalidad de fortaleza fue abatida por el poder del Evangelio.
Fui completamente desarmado y humillado al descubrir mi pecado, y a la luz de la Palabra descubrí la verdad de Jesucristo y la acepté por la misericordia del Padre. Ahora vivo para comprenderla y apropiarme de ella, esforzándome por caminar en santidad.
Gracias a Dios que su poder obró sobre mí miserable pecador, que vivía de forma completamente opuesta al verdadero conocimiento y sabiduría de Cristo.
Les deseo un día muy bendecido.