Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Mateo 16:17 RVR1960
Queridos amigos, nada más hermoso que las propias palabras del Señor Jesús para recibir el halago de los halagos y el regalo de los regalos: la bienaventuranza.
Los que somos diferentes de los incrédulos, porque el poder del Evangelio ha obrado sobre nosotros, también somos tan bienaventurados como lo es Simón Pedro.
El bienaventurado es quien goza de una felicidad completa concedida por la misericordia y gracia de Dios, nada le separará del amor del Dios Padre y del Hijo Jesucristo, tendrá morada eterna en el reino de los cielos como hijo y coheredero. La bienaventuranza conduce al goce de otras maravillosas bendiciones.
Por lo visto la respuesta de Pedro no era consecuencia de una reacción temporal a alguna señal realizada por el Maestro, que usualmente desaparecía tan rápido como aparecía, se trataba del milagro poderoso obrado a través de la fe en él y en los que se encontraban con Jesús.
¿Qué le había sido revelado a Pedro a través del Dios Padre? Pedro reconocía, en nombre de todos los presentes y con total firmeza y convicción, que Jesús era el Mesías prometido, que se trataba del Hijo del Dios viviente. Lo cual demostraba que creían que Jesús era más que solo un simple hombre mortal o un profeta y lo distinguían claramente de otros dioses.
Por nuestra fe recibida estamos seguros que Jesucristo es la Roca, Él es el fundamento sólido que sostiene la Iglesia. Si no fuera así, nosotros, sus seguidores, nos convertiríamos en engañados y engañadores.
La revelación que lleva a un convencimiento personal definitivo y eterno de que Jesús es el Mesías, es la que también permite que esa convicción sea guardada de manera permanente en el corazón y la mente, de ahí la respuesta definitiva de Jesús: “bienaventurado eres”.
No se trata de nuestro conocimiento, pues por nuestra sabiduría tenemos un único final reservado al igual que todos los incrédulos, la condenación eterna. Antes conocer a Cristo ninguno de nosotros tiene un conocimiento preciso de su propio carácter y menos del de los hombres.
No obtenemos el verdadero conocimiento a través de las enseñanzas de humanos o por asistir a un seminario o universidad, es solo y únicamente por revelación del Padre.
El poder del Evangelio nos lleva a ser guardados de nuestros pecados, los así llamados errores cometidos por los seres caídos. Cuando aceptamos que el camino es Jesucristo y le reconocemos como salvador y que resucitó de entre los muertos emprendemos la travesía de la salvación.
Ha de haber un cambio radical en la vida del nuevo creyente, éste debe anhelar vivir en obediencia a su Señor, el carácter del convertido toma poco a poco la forma del carácter de Cristo Jesús, su nueva experiencia deja de sustentarse en lo vivido en el pasado y comienza a basarse en el conocimiento de la verdad a través de la lectura y estudio disciplinado de las Sagradas Escrituras.
Glorifiquemos a nuestro Señor y salvador por su deidad, santidad, poder y por todas sus obras maravillosas, sometámonos a su voluntad como siervos fieles, dejemos que Cristo more en nosotros, apropiémonos de su carácter de forma tal, que cuando lo lleguemos a ver nos diga: “bienaventurado eres”.
Les deseo un día muy bendecido.