Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman? Santiago 2:5 RVR1960
Queridos amigos, suena contradictorio que la pobreza pueda contener riqueza y al revés, que la riqueza sea una fuente de pobreza, pero veamos que en realidad es algo bastante lógico visto desde la perspectiva espiritual.
A simple vista el evangelio exige mucho más a los ricos que a los pobres, pues en teoría éstos tienen mucho más que perder, a los ojos del mundo, que un pobre que se entrega a Jesucristo, dejándolo todo, porque de todos modos nada o muy poco tiene para extrañar.
Recordemos la historia del joven rico (Mateo 19:16-30), a quien Jesús lo invitó para participar de la vida eterna, diciéndole que se debía entregar por completo a la nueva vida cristiana, a lo cual el joven se fue triste porque no estaba dispuesto a prescindir de sus riquezas.
Desde esa perspectiva los pobres tendrían mayor disposición a escuchar la Palabra, porque su pobreza daría lugar a querer abrir su corazón con mucha más facilidad. Entonces no es casual que Lucas dijese que los pobres son bienaventurados, porque de ellos es el reino de Dios (Lucas 6:20).
Es un enorme aliciente para los desposeídos, que además de no tener nada, pocos o nadie quiere recibirlos, que Dios mismo diga que son bienvenidos. Sentirse amados cuando el mundo los rechaza porque considera que no valen nada, es demasiado atractivo como para no tomar la oportunidad del evangelio al vuelo.
Dadas las circunstancias la mayoría de los ricos son pobres en fe y su estado de arrogancia y orgullo, como común denominador, no es de ayuda para conseguir la humildad que exige el evangelio. Adicionalmente las riquezas suelen conducir a exageraciones, vanidades, vicios y la consecuente maldad que no deja de acompañar. Los ricos suelen ser los primeros en hacer acepción de personas, yendo en contra del evangelio que enseña y exige amar al prójimo como a uno mismo.
¿Acaso Dios no daría riquezas materiales a todos, si éstas fueran de provecho espiritual? Pero lo que aprovecha es la riqueza de la fe y del espíritu, y Dios no escatima en que sus escogidos sean hechos ricos en esa fe, tan necesaria para reconocer la urgente necesidad de humildad, que a su vez resulta de gran aporte para el crecimiento espiritual para santidad.
A pesar de las condiciones adversas de los ricos la invitación por parte de Jesucristo es también para ellos, es decir que el rico no tiene porqué irse automáticamente al infierno. En el Nuevo Testamento existe la evidencia de algunos ricos genuinamente convertidos a Cristo.
Debemos entender que los bendecidos o bienaventurados son aquellos pobres en espíritu, sin importar su abstracción económica (Mateo 5:3). Es cierto que entre los llamados no hay muchos considerados por el mundo como sabios, poderosos o de buena cuna (1Corintios 1:26), pero, una vez más, es preciso recalcar, que no es que Jesucristo tenga especial predilección por los pobres y rechace a los ricos, sabios y poderosos.
Los pobres saben de su desamparo, lo cual les facilita identificar su necesidad de salvación, pues su vista no está puesta en las riquezas (aunque muchos de ellos sueñan con ser ricos), tampoco tienen aspiraciones de poder, como suele tener un rico, y su misma condición los lleva a asumir un sentido de servicio, que el rico prácticamente no tiene.
A pesar de que el reino de Dios es para los pobres, tanto ricos como pobres deben arrepentirse, pues no hay ninguna garantía de que un pobre entre al cielo solo por su condición. Entre los pobres también hay orgullo y arrogancia, y la falta de humildad suele ser la moneda con que muchos quieren pagar en estos tiempos, en los cuales los gobiernos les hacen creer, que el tiempo de pobreza se acaba.
Dios es soberano y llama a quien Él quiere llamar, así como tiene misericordia de quien quiere tenerla. La humildad dentro de una vida sin Dios, también paga. Quiera Dios quitar de nosotros todo orgullo y arrogancia, pues de ser así, hemos sido bendecidos para ser bienaventurados.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.
