Señor Jehová, tú has comenzado a mostrar a tu siervo tu grandeza, y tu mano poderosa; porque ¿qué dios hay en el cielo ni en la tierra que haga obras y proezas como las tuyas? Deuteronomio 3:24
Queridos amigos, mucha gente suele decir «Dios lo va a querer» y de manera indiferente a lo que Dios quiera, proceden a buscar con ahínco lo que desean hasta conseguirlo, luego dicen «¿vieron? Dios lo quiso».
Ponen su confianza en un dios que les sigue y acompaña en sus anhelos, un ser superior que les da gusto en lo que se proponen. No entienden que el ser humano fue creado para gloria de Dios y que debe vivir para ese efecto. Si Dios es Señor de todo y de todos, todos deben servirle como sus siervos, porque un Señor no está para servir a sus siervos y menos hacer lo que a ellos se les antoje.
Habiendo entendido ese principio, quienes quieran seguir a Dios deben primero pensar en vivir en obediencia a sus preceptos, para evitar al máximo posible herir su infinita santidad.
En el transcurso de la historia hemos visto que Dios bendice a quien quiere bendecir, no todos reciben sus maravillosas bendiciones. En las épocas del Antiguo Testamento fue el pueblo de Israel quien fue mayormente bendecido por Jehová, también hubo personas de otros pueblos que fueron bendecidas, sin embargo podemos observar que se trataba de gente cercana a los hebreos.
En los tiempos del Nuevo Testamento y hasta los actuales observamos que los bendecidos son quienes reciben el don de la gracia para salvación eterna.
Moisés se está dirigiendo a Dios en oración, recordando sus maravillas, todo lo que él había visto y vivido en persona. Qué testimonio formidable el que tuvo Moisés.
A pesar de ser Moisés uno de los más grandes hombres de Dios, destacado por su obediencia, él no dejó de ser un humano pecador, y su pecado le llevó a no poder entrar a Canaan, la tierra prometida. Todo aquel que transgrede se hace merecedor de castigo, en este caso Dios tuvo misericordia de Moisés al permitirle subir al monte Pisga para que pudiera ver la tan anhelada tierra donde fluye leche y miel.
Dios nos da un ejemplo de misericordia y justicia, misericordia porque le permite ver la tierra prometida, aunque de lejos, y justicia porque no le permite poner pie en ella por sus pecados.
Solemos pedir de todo a Dios, muchas veces sin considerar la dimensión y consecuencias de nuestros pedidos. Con seguridad Dios oye a sus siervos, pero no necesariamente concede todo lo que le piden, porque Él en su sabiduría sabe que negarnos nuestras peticiones es mejor que concedérnoslas.
Nunca le pidamos a Dios algo que no podamos ofrecérselo después, todo lo que pidamos que sea acorde a su santa Palabra. A pesar de no recibir todo lo que deseamos, lo cual a nuestros ojos pareciera malo, el Padre celestial no deja de bendecirnos porque nos da el contentamiento que viene acompañado de su gracia, al fin y al cabo, qué más podemos pedirle, si Él nos dio lo más grande y hermoso que podemos imaginar, la salvación y la vida eterna a su lado.
Enfoquémonos en hacer su perfecta voluntad y dejemos de pedir lo que nuestra imperfecta voluntad nos dicta.
Les deseo un día muy bendecido.