Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; Romanos 5:1 RVR1960
Queridos amigos, según la Biblia la justificación es la única solución al problema más grande del hombre, que consiste en su propia injusticia y en su relación rota con Dios.
La justificación es obrada en el hombre natural por el Creador a través de la fe, solo y únicamente por la fe, que es un don de Dios. La justificación es la vía dispuesta por Dios para restablecer la relación con el hombre, consiguiendo que esté en paz con Él, después de haberlo estado ofendiendo sin cuartel.
Comúnmente se usa la palabra “justificar” para expresar la forma en que alguien se defiende ante ciertas acusaciones, esgrimiendo argumentos a favor de su inocencia, declarándose justo o inocente. La diferencia con las Escrituras es que la “justificación” no la realiza uno mismo. Significa que Dios es quien justifica, y cuando Él lo hace, declara que la persona es justa.
Hasta ese momento no existe ningún cambio dentro de la persona, es una declaración que Dios emite en su calidad de juez. Dios como juez observa la evidencia y procede a dar su veredicto: culpable y merecedor del castigo correspondiente o justo y merecedor de los derechos y privilegios establecidos.
Observamos que la justificación es de orden legal (también se conoce como forense) y puntual, además de ser externa al hombre. No existe ningún proceso de cambio interior en el hombre cuando Dios obra la justificación sobre él.
Nadie es merecedor de la justificación, no existe ni uno bueno, ni uno justo, todos hemos pecado (Romanos 3:10-12). Entonces, ¿Dios es injusto (actúa contra su propia justicia) cuando justifica a alguien? Sabemos que Dios al ser soberano puede actuar cómo mejor le plazca, sin embargo, al ser Santo y justo, no puede (quiere) actuar con injusticia.
La solución a este problema se conoce como la imputación, es decir, que una persona llega a tener paz con Dios por medio de Jesucristo, quien murió en muerte sustituta; a Él se le imputaron todas las transgresiones de la persona en cuestión, y Él murió en muerte vicaria (muerte sustitutiva). Pablo, el apóstol, escribió: Al que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él (2 Corintios 5:21).
Gracias a la obra de Cristo Jesús, el Dios Padre puede obrar justificación sobre un impío sin romper su santa justicia. Al que nunca pecó, Dios lo hizo pecado, es decir, le dio trato de pecador por los hombres, que irían a creer en Jesucristo como su Señor y salvador: Pero al que no trabaja, pero cree en Aquel que justifica al impío, su fe se le cuenta por justicia (Romanos 4:5).
La imputación se da cuando los pecados de la persona son transferidos a Cristo (Dios trata a su Hijo como a un impío cuando muere en la cruz) y la justicia de Cristo se transfiere a la persona (Dios le confiere al impío los méritos de Cristo).
La justicia que los impíos puedan ejercer, nunca será suficiente para su justificación ante Dios. Es imprescindible la justicia de Jesucristo para que el Padre pueda obrar justificando, realizando esa doble transferencia: el pecado del hombre se transfiere a Cristo y la justicia de Cristo se transfiere al hombre.
Nadie es merecedor de este privilegio, pero existen muchos que se benefician de él, son aquellos bendecidos con fe y que, por tanto, tienen fe genuina: También nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para que seamos justificados por la fe en Cristo, y no por las obras de la ley. Puesto que por las obras de la ley nadie será justificado (Gálatas 2:16).
La fe no hace digno de justificación a nadie, no es una obra en sí misma, pero consigue que el corazón endurecido se ablande y le diga a Dios: “yo no puedo por mi propia fuerza, solo Tú puedes salvarme, necesito que me salves, mi Señor”.
Existen personas que afirman tener fe, pero su interés por ser obedientes a Dios no es muy evidente. Por eso Santiago manifestaba que la fe sin obras es fe muerta (Santiago 2:14, 17). Significa que el creyente que afirma tener fe, también se esfuerza por ser obediente a Dios. Entonces las buenas obras son un efecto de la fe y no la fe una causa de las obras.
La justificación no es por obras, pero las buenas obras son la evidencia de una fe verdadera. La justificación por fe es el primer paso a una vida en obediencia; le da al creyente el derecho legal de participar en la vida del Reino de los cielos, lo cual incluye la (posterior) santificación ejercida por el Espíritu Santo.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.