no suceda que comas y te sacies, y edifiques buenas casas en que habites, y tus vacas y tus ovejas se aumenten, y la plata y el oro se te multipliquen, y todo lo que tuvieres se aumente; y se enorgullezca tu corazón, y te olvides de Jehová tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de casa de servidumbre; Deuteronomio 8:12-14 RVR1960
Queridos amigos, la prosperidad económica conlleva un grave peligro, pues con el poder económico muchos se creen capaces de grandes cosas, se convierten en su propio dios, descartando al Dios verdadero.
Es por esto que Jesús dijo: “Yo les aseguro que un rico difícilmente entrará en el reino de los cielos” (Mateo 19:23). No que los ricos tengan vetada la entrada al reino de los cielos, sino que ellos mismos son quienes hacen de todo para no entrar.
El rico normalmente desea poner por obra lo que su corazón le dicta y no está dispuesto a someterse a nadie, motivo por el cual, tampoco guardará los mandamientos de Dios. El olvido de Dios es una tentación en la que caen aquellos que están muy ocupados en cosas “importantes”.
Es la tentación del orgullo la que hace, que los ricos se pongan ansiosos y no soporten muchas cosas, entre ellas aquellas de Dios. La arrogancia e indolencia humanas suelen “triunfar” sobre la benignidad y magnanimidad de Dios.
Cualquier cosa que emprenden muchos ricos es motivo de justificación para proceder cómo se les antoja y así, olvidarse de sus deberes verdaderos, que son aquellos para con Dios. La Palabra enseña, que los mandamientos de Dios no son gravosos, es decir que no son molestos ni pesados (1 Juan 5:3).
Lamentablemente no son gravosos para todos, pues solo quienes aman a Dios guardan sus mandamientos: “Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor, así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor (Juan 15:9).
Jesús enseñó la imperante necesidad y el indiscutible deber de amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente, con todas las fuerzas y con toda el alma (Marcos 12:30). Los mandamientos de Dios son una manifestación de su amor por el hombre, y la obediencia a sus mandamientos es una expresión del amor del hombre para con Él.
Es fácil olvidarse de Dios en la abundancia. El pueblo de Israel había pasado por esclavitud y Dios lo había liberado, pero antes de recibir las bendiciones terrenales prometidas para después de su liberación, Dios había determinado, que viviesen durante 40 años en el desierto, gracias a su pecado. No obstante, los guardó del terrible sufrimiento de estar en el desierto, dándoles sombra y luz durante la noche, y comida y agua suficientes.
Pasados los 40 años en el desierto estaban finalmente preparados para entrar en la tierra prometida, donde “fluía leche y miel”, es decir una tierra buena y fértil, donde abundaba el agua. Se trataba de ricas bendiciones otorgadas por Dios, por su amor y misericordia para con su pueblo escogido.
De ninguna manera se trataba de una retribución por su buen comportamiento o sus buenas obras. En reconocimiento a tan extraordinarias dádivas el pueblo debía dedicarse a Dios, cumpliendo con sus mandamientos. No debían olvidarse de Dios, quien se ocupó de ponerlos donde estaban y de darles lo bueno que tenían.
Aunque parezca raro el pobre tiene gran ventaja ante esta situación, pues cree más fácilmente que sus provisiones vienen directamente de Dios como respuesta a sus oraciones. Curiosamente para los pobres es más fácil confiar con corazón humilde en que Dios proveerá. Su bendición es estar libres de muchas de las tentaciones de los ricos, además de disfrutar de lo poco que reciben como de quien viene.
Así como Israel no debía olvidarse de las penurias pasadas por haber estado sometido a esclavitud, los convertidos no deben olvidar su vida pasada, cuando estaban sometidos a la esclavitud del pecado. Nada debe interferir, ni siquiera la tentación del bienestar y las riquezas, en el amor que el convertido debe prodigar a Dios.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.