Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. Marcos 14:38 RVR1960
Queridos amigos, cuán gran estorbo es la carne para nuestro espíritu.
Muchos comprenden lo que es el pecado, pero no tienen muy claro lo que significa la carne en términos espirituales. La carne de pecado se da a causa de la caída del hombre, pues antes de transgredir en Adán y Eva no moraba el mal.
Parafraseando al apóstol Pablo quien menciona en Romanos 7:18 que él sabe que en él, es decir en su carne, no mora el bien, podemos observar que un hombre santo de Dios declara tener un grave problema por su estado carnal.
La carne en este contexto es el cuerpo humano caído y corrupto, incluidas todas sus concupiscencias. Dios creó el cuerpo del hombre como vasija limpia, pero fue corrompido y convertido en la carne en el momento de la caída. El pecado que mora en todos los hombres es la naturaleza carnal pecaminosa, por tanto, es lo que constituye a todos los hombres en pecadores.
El nacido de nuevo es nacido en espíritu, esto implica que su condición carnal no ha sido cambiada, sigue habitando el mismo cuerpo de carne y hueso (Juan 3:6).
En ese sentido debemos reflexionar sobre la debilidad de nuestra carne, es decir que no tenemos el dominio completo sobre ella o que ella nos puede traicionar el rato menos pensado.
A pesar de haber nacido de nuevo no somos libres de los deseos de la carne, mientras vivamos en esta vida física nuestra condición en la carne permanecerá sin variación. El apóstol Pablo decía que somos carnales, vendidos al pecado (Romanos 7:14).
El espíritu está dispuesto a ser obediente a la voluntad de Dios, tiene el buen propósito de agradar a Dios, sin embargo, el poder de la carne es dolorosamente fuerte. Pablo vuelve a enseñar que los nacidos de Dios no hacemos lo que en verdad queremos, sino más bien lo que aborrecemos (Romanos 7:15), precisamente por nuestra condición carnal.
Somos vulnerables a la tentación, incluso si tenemos un espíritu muy dispuesto, y Satanás lo sabe perfectamente. El príncipe de este mundo busca que creamos que por tener un espíritu regenerado nuestra carne deja de ser un serio problema. De esa sutil manera bajamos la guardia y pecamos.
Jesús nos enseñó que debemos orar y velar, como acción continua, es decir dirigirnos al Dios Padre haciéndole peticiones y agradeciéndole por sus maravillas, además de estar atentos todo el tiempo, en sumo conscientes de nuestra condición carnal, que no cambiará hasta que Jesucristo en su segunda venida transforme el cuerpo de nuestra humillación (Filipenses 3:20-21).
Es imprescindible no estar separado de la Iglesia, es decir de los hermanos en Cristo Jesús para ser consolados y exhortados, además de orar y velar entre todos con un sentimiento unánime.
Quien ora y vela de forma continua descubre que a pesar de estar en la carne, el espíritu se impone sobre ésta y garantiza firmeza durante las pruebas y tentaciones.
Apoyémonos en el maravilloso ejemplo de Jesús, quien oraba y enseñaba a orar; su oración Le sostuvo durante el tiempo en el cual pasó por tentación y sufrimiento, durante el tiempo antes de su muerte en la cruz.
Les deseo un día muy bendecido.