Y el Señor encaminé vuestros corazones al amor de Dios, y a la paciencia de Cristo. 2 Tesalonicenses 3:5 RVR1960
Queridos amigos, la necesidad básica de seguridad en el humano hace que muchos negocios florezcan y que muchas personas se desesperen ante un futuro incierto.
Más allá de no saber qué es lo que depara el futuro terrenal, el hombre suele depositar sus esperanzas en las cosas equivocadas, esto gracias a su miserable condición de pecado, pues por no caminar con Dios no puede ver un palmo más allá de sus narices en términos espirituales.
Para que la santísima Trinidad obre sobre nosotros es imprescindible la presencia del Espíritu Santo (2 Corintios 3:17) encaminando nuestros corazones hacia el amor del Padre celestial, siendo pacientes como lo fue el Señor Jesucristo.
Pero para obtener tan maravillosa obra sobre nosotros es primordial haber sido bendecidos con el don de fe, fe en Jesucristo. Sin fe verdadera no es posible disfrutar del amor de Dios. Esa fe es el producto de la gracia especial de Dios sobre sus escogidos.
Observando a nuestro alrededor podemos ver cuán pocas son las personas que anhelan seguir de corazón los caminos de Dios. Grandes masas de gente rebelde no tienen fe genuina, porque no quieren disfrutar de la gracia salvadora, y si Dios se las ofreciese la rechazarían.
Una vez unidos de la fe salvadora, esa fe que hace que los bendecidos crean en Jesucristo como su Señor y salvador, y estén dispuestos a asumir su condición de siervos, es nuestro deber cristiano, orar con todo fervor para que el Dios Padre nos otorgue la capacidad de obedecer sus mandamientos.
Cuando la confianza está fundamentada en Dios, se puede confiar verdaderamente, por más que no sepamos lo que avisora el futuro terrenal. Caminando con Dios no importa lo que pueda pasar, pues será siempre para bien y edificación del creyente.
Sin importar si se pasa por alguna desgracia, por hambre, frío, enfermedad, pobreza o lo que fuere, el creyente verdadero no debe dejar de sustentarse en el amor de Dios. En dichas situaciones es cuando más llamado está a vivir con la paciencia de Jesucristo, sabiendo que el bien mayor lo tiene con Dios y con su maravillosa promesa de vida eterna cobijado en Su infinito amor.
Que nuestros hermanos en la fe nos puedan decir lo mismo que el apóstol Pablo les dijo a los fieles de Tesalónica: cuando oramos al Dios y Padre, pensamos en el buen recuerdo que nos trae el fiel trabajo que realizan gracias a su fe, las acciones de amor que hacen y la firmeza en la esperanza que tienen a causa de nuestro Señor Jesucristo (1 Tesalonicenses 1:3).
Entonces, nosotros también, teniendo a nuestro alrededor una gran nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos nuestros ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de Él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios (Hebreos 12:1-2).
Necesitamos de paciencia para hacer la voluntad de Dios y poder obtener la promesa. Porque no pasará mucho tiempo hasta que el Señor Jesucristo vuelva en su segunda venida (Hebreos 19:36-37).
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.