Y viendo Saúl que se portaba tan prudentemente, tenía temor de él. 1 Samuel 18:15 RVR1960
Queridos amigos, de los días de mi juventud, recuerdo el escarnio que recaía sobre aquellos pocos que obraban con prudencia.
Al finalizar la mañana de un día de hace unos 45 años atrás, los miembros de mi curso nos pusimos de acuerdo para ir al cine dejando de asistir a clases, lo que se conocía en esos tiempos como la “chacha” general.
Todos disfrutamos de la película, menos uno, que fue el único prudente que no faltó a clases. Gracias a él, en nuestro sentir, fuimos castigados, debiendo asistir en sábado por la tarde para realizar la limpieza del colegio.
En nuestros necios ojos juzgamos al alumno prudente como si de un traidor se hubiese tratado. Se portaba tan prudentemente que terminamos por tener temor de él, pues creíamos que podría ser nuestro acusador en cualquier momento o instancia.
Ese suele ser el comportamiento que tienen los pecadores, que además no pueden tener la consciencia tranquila por su pecado. Como todos estábamos encaminados hacía romper las reglas, nuestra tonta creencia común era que terminaría siendo aceptado, porque la mayoría manda.
Para nuestro disgusto no fue así, pues terminamos cumpliendo con un merecido castigo. El necio suele ver con malos ojos a quienes buscan hacer lo correcto. Mi experiencia personal comparada con la de David es sin duda una bicoca.
David tuvo que soportar por largo tiempo las continúas arremetidas del rey Saul. No solo evitó caer en sus peligrosas manos, sino que perseveró en su conducta respetuosa y mansa para con el ungido de Dios.
Tal actitud de extrema prudencia, mesura y sensatez es tan poco común, que ha de servir de gran ejemplo para todos los hombres. El respeto absoluto hacia alguien que era merecedor de desprecio por su terrible forma de reaccionar y pensar, es una gran muestra de amor para con el Creador.
David, gracias a sus hazañas, rápidamente se hizo popular entre el pueblo, pero permaneció humilde. El rey Saul también fue popular, pero el orgullo y la arrogancia lo dominaron. Los celos del monarca condujeron a querer matar a su siervo David en reiteradas ocasiones.
David, a pesar de la honra y alabanza que recaían sobre él, no solo fue prudente, respetuoso y manso, también demostró tener un corazón limpio al no tener deseos de revancha, evitando toda provocación de su parte, a pesar de los justificativos que le brindaban quienes lo rodeaban. Ni siquiera un mal pensamiento y menos un insulto salió de su boca.
El mal comportamiento, la torpeza o la ligereza de boca de los demás de ninguna manera debe ser una excusa para pagar con la misma moneda, respondiendo de similar manera. Es más, la maldad en los otros debe actuar como una señal de alarma para nosotros, sensibilizándonos para cuidarnos más, recordándonos cuáles son nuestros deberes cristianos.
El ejemplo de David resulta pequeño cuando recordamos el sufrimiento por el que tuvo que pasar nuestro Señor Jesucristo, que nunca pecó. En ese sentido, contamos con el ejemplo perfecto para actuar con longanimidad a favor de nuestros perseguidores y agresores, y también para calmar nuestro temperamento cuando sentimos que se nos trata injustamente.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.