Aún hay esperanza para todo aquel que está entre los vivos; porque mejor es perro vivo que león muerto.” Eclesiastés 9:4 RVR1960
Queridos amigos, he podido escuchar el lamento desesperanzado “me quiero morir”.
El hombre natural cuando ve todo negro suele perder la esperanza y clama para que la muerte se lo lleve. Esto suele suceder, por ejemplo, ante pérdidas materiales, la presencia de una enfermedad grave o la muerte de un ser querido.
Cuando la ilusión se pierde, el mundo se desmorona y parece que todo se acaba. Es un momento aterrador y rodeado de sentimientos negativos, motivo por el cual la muerte parece la salida más idónea.
El mundo enseña que lo último que se pierde es la esperanza y da consejos de cómo evitar perderla. La esperanza tanto para píos como para impíos es una motivación para vivir plenamente. Sin embargo, hay una diferencia radical entre la clase de esperanza del creyente y la del no creyente.
El convertido tiene su esperanza puesta en las promesas de Dios, confiando en Su inmutable fidelidad, pues uno de sus atributos es ser siempre fiel en lo que promete. Por lo tanto, el creyente sabe que todas sus promesas serán cumplidas en algún momento. El enfoque del cristiano va más allá de los límites físicos de esta existencia, apunta a una vida superior durante la eternidad.
En el ámbito del hombre natural se habla de otro tipo de esperanza, la cual está centrada en la fuerza del humano, ésta puede ser de orden pasivo o activo. La primera opción es esperar que todo cambie y la segunda es intervenir activamente para hacer que las cosas vayan como se desea.
Se dice de quienes tienen una esperanza activa, que ellos son los artífices de su propio destino, lo que les pase en su vida solo depende de ellos mismos. Para que esto resulte es preciso confiar en uno mismo y quererse cada vez un poco más, es decir cultivar la autoestima. Además es bueno saber que se tiene a otros alrededor y por tanto no se está solo. Hay que trabajar en hacerse fuerte para no rendirse, es necesario ponerse objetivos trazando planes, y llevar una vida saludable con comida sana, ejercicio y buenas horas de sueño es lo que cierra el círculo.
Suena muy bien y dan ganas de creer y seguir, sin embargo, esto está diseñado para una vida que acaba en este mundo y para el pensamiento de vivir la vida como si fuera la última vez. El mundo anima a vivir esta existencia intensamente, disfrutando lo más posible, sacándole todo el jugo posible a las cosas, pues la vida se vive una sola vez y tiene un final.
Pocos negarán que la vida es mejor que la muerte, porque mientras se vive hay esperanza. La cuestión está en qué tipo de esperanza se confía. La mejor esperanza es tener a Jesucristo como Señor y salvador. A través de su obra en la cruz poder estar seguros de contar con las arras del Espíritu, una garantía de Dios de que se tiene morada en el cielo después de la muerte física (2 Corintios 5:1-9).
El uso de la palabra perro en el Antiguo Testamento tiene una connotación despectiva, en tanto que el término león se relaciona con poder. Es preferible mantenerse con vida como un pobre perro, que estar muerto como poderoso león. Significa que solo en vida se puede llegar a tener a Cristo en el corazón, una vez muerto no hay posible reversión, ya no se puede cambiar nada. La consecuencia para una persona muerta sin el Señor Jesucristo en su vida es el infierno, muy duro pero cierto.
Padre Santo y bendito ten misericordia de nosotros y bendícenos con tu gracia. Amén.