Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo.” Filipenses 3:7 RVR1960
Queridos amigos, quién creería que un dicho tan interesante como éste podría tener un espíritu contrario al que se quiere conseguir: “trabaja mientras otros duermen, estudia mientras otros se divierten, persiste mientras otros descansan y luego vivirás lo que otros solo sueñan”.
Está claro que se trata de la búsqueda de la felicidad mediante esfuerzo y dedicación enfocada al logro de resultados académicos y en el trabajo a través de una rigurosa disciplina. Si se hace lo que el dicho dice tendríamos a un triunfador garantizado, que alcanzaría hacer realidad sus ambiciosos sueños a través de su dedicado esfuerzo.
La visión del hombre como forjador de su propio destino no es nueva. El famoso compositor Ludwig van Beethoven decía “haz lo necesario para lograr tu más ardiente deseo, y, tarde o temprano, acabarás lográndolo”.
Vemos a los triunfadores en la televisión, los medios digitales, los diarios y revistas, y escuchamos sobre ellos en nuestro entorno. Se suelen destacar sus habilidades, sus dichos y la fortaleza con la cual han conseguido sus logros.
Ya sea que se trate de exitosos empresarios, esforzados atletas, destacados científicos o famosos artistas todos tienen un denominador común en los grandes logros que muestran al mundo, y de ellos generan sus ganancias, que pueden manifestarse en forma de dinero, privilegios, poder y/o influencia, las cuales los ponen en una posición por encima de la mayoría de los mortales, quienes anhelan ser como ellos.
Por otro lado están quienes son valorados por su origen, porque son descendientes de algún rico y famoso o provienen de cuna noble, hacen aspavientos de glamour, distinción y esnobismo, mientras la gente los admira boquiabiertos, soñando con tener una vida similar.
Si bien el apóstol Pablo no era un famoso en los términos de estos días, él poseía una serie de condiciones privilegiadas, que venían desde la cuna. Él tenía el catálogo completo de lo que un judío aspiraba a tener y ser. No se trataba de un prosélito asimilado a los judíos, él era un judío de pura cepa en todo el sentido.
Había sido circuncidado exactamente a los ochos días, pues era de la fe judía de nacimiento y desde sus primeros días observaba rigurosamente sus ceremonias y tradiciones, siendo completamente fiel a la Ley judía. Venía de la raza de Israel, quien tuvo una relación especial con Dios. Al decirse israelita estaba haciendo hincapié en la total pureza de su linaje. Además no era cualquier israelita, pues pertenecía a la tribu de Benjamín, que ocupaba un lugar especial dentro de la aristocracia de esos tiempos. Había demostrado tal lealtad a sus orígenes que mantenía viva la lengua hebrea.
Además había sido educado para ser fariseo bajo la tutela de Gamaliel, uno de los más reconocidos de su época. Los fariseos eran un grupo religioso de élite separado para cumplir rigurosamente con los mandamientos de la Ley. No era un judío común y corriente, pues había dedicado su vida a la observancia de las más elevadas y minuciosas demandas de la Ley. Mientras ejercía como fariseo se describía a sí mismo como irreprochable, es decir que no había ninguna demanda de la Ley que él no se hubiera esforzado en cumplir.
Para un judío el celo ardiente por Dios era la cualidad más elevada de la vida religiosa. Con ese celo (fanático) Pablo perseguía a la Iglesia, porque quería destruir a todos los que él creía enemigos del judaísmo.
Teniendo todas las glorias que un judío podía aspirar, tuvo que despojarse de todas ellas, pues ya no le eran útiles a partir de su encuentro con Jesucristo; ante Él ya nada tenía de qué jactarse. El conocimiento de Cristo modifica el juicio y comportamiento del hombre natural, éste es hecho de nuevo a través del poder de la conversión.
Observamos que las grandes aspiraciones del hombre al fin son solo vanagloria, por eso Pablo decía que antes creía que las cosas que tenía eran valiosas, pero a partir del conocimiento de Jesucristo, consideraba que no tenían ningún valor, debido a lo que su Señor había hecho en amor.
El creyente sabe en su corazón que las riquezas espirituales de Cristo superan abundantemente a la posesión de títulos, riquezas materiales y logros humanos. Aferrarse a Jesucristo es la mejor decisión, dejando de considerar ganancia a lo terrenal y mundano.
Es necesario descartar todo mérito humano para recibir el don de gracia. Sin desprenderse de todas sus jactancias al hombre le es imposible aceptar con humildad la misericordia del Creador. La gloria es toda de Dios.
Les deseo un día muy bendecido.