Y viendo esto, Aarón, edificó un altar delante del becerro; y pregonó Aarón, y dijo: Mañana será fiesta para Jehová. Éxodo 32:5 RVR1960
Queridos amigos, nada menos que Aarón, sacerdote escogido por Dios, siguió los impíos deseos del pueblo israelita para realizar una representación de Dios en forma de becerro de oro.
Culminó su necia labor edificándole un altar al becerro para una próxima adoración. Queda claro que el corazón de Aarón no estaba preparado para obedecer los nuevos mandamientos de Dios, en especial aquel que ordenaba no hacerse imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra (Éxodo 20:4).
El hombre natural tiende a no tener paciencia, sus expectativas se centran en los resultados a corto plazo. La ausencia de Moisés en los tiempos de Dios era una bicoca, pero en los tiempos del pueblo de Israel fue demasiado larga. La impaciencia dominó sus corazones a tal extremo, que pusieron a Aarón, el líder temporalmente encargado, contra la espada y la pared
Aarón probablemente ofreció algo de resistencia, pero no se hizo rogar demasiado, y, sin más, les pidió a los varones el sacrificio de entregar los zarcillos de oro, que estaban en las orejas de todas las mujeres. Según el criterio del hombre a la deidad hay que dedicarle lo mejor (aunque sea solo de boca para afuera), por lo tanto, un becerro trabajado con el oro de las joyas entregadas era lo menos que podían hacer por el dios, que deseaban adorar.
No se daban cuenta, que estaban obrando de la peor manera. No eran capaces de entender cuál era su mal o de qué se les acusaba. No comprendían que su pecado era querer moldear a Dios según sus propios criterios y conveniencia, y que, además, estaban cayendo en la idolatría.
Se prestaron a hacer sacrificios en un altar acompañado por el becerro de oro, y en vez de conseguir el buscado favor de Dios, consiguieron que su holocausto se convirtiera en abominación, pues estaban incumpliendo de forma contumaz el mandamiento.
La dureza del corazón en el hombre natural, incluido el pueblo escogido de Dios, actúa de tal manera, que es capaz de olvidar rápidamente lo que promete. Hacía muy poco habían realizado un pacto solemne, en el cual se comprometían a obedecer todo lo que Dios les había indicado. Su ceguera espiritual no les permitió ver lo malo de incumplir, y muy seguros de lo que hacían rompieron el expreso mandamiento del Dios Todopoderoso.
La ley del hombre determina la falta, así como la Ley de Dios define el pecado, pero ni la ley del hombre ni la de Dios representa un elemento que obligue a no incurrir en falta o a no pecar. El hombre generalmente evita incumplir su ley por las consecuencias que acarrea, pero como las consecuencias de la violación de la Ley de Dios normalmente no son rápidamente castigadas, el hombre natural suele esquivarla sin avergonzarse.
La Ley de Dios no brinda la solución al pecado, solo da lugar a que se lo identifique con claridad. Solo Cristo puede otorgar una solución única y definitiva, la cual va acompañada de santificación, que, a su vez, conduce a que el corazón del nuevo hombre espiritual anhele cumplir con los mandatos de la Ley.
Cuando a Aarón le fueron abiertos los ojos, muy probablemente sufrió mucho. Con seguridad su sufrimiento y vergüenza fueron intensos; había sido apartado por Dios para ejercitarse como su sacerdote, pero después de incurrir en el pecado de la idolatría ya no era digno de servir en el verdadero altar de Dios. El sentimiento de estar en deuda con Dios lo ha debido perseguir durante buen tiempo; recibió una tremenda lección que con mucha seguridad le bajó el orgullo por suelos, en todo caso algo bueno…
Hacerse ídolos resulta en sumo autodestructivo, pero incluso si no nos hacemos ídolos físicamente podemos estar adorando ídolos como los placeres de la carne o el dinero. También cometemos el grave error de hacernos un dios a nuestra medida, amalgamándolo para que quepa en nuestro esquema de expectativas y deseos, y para que responda en función a nuestras circunstancias. Tengamos mucho cuidado de no terminar adorando a un dios que no nos oye, porque no existe.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.