Entre tanto, mi pueblo está adherido a la rebelión contra mí; aunque me llaman el Altísimo, ninguno absolutamente me quiere enaltecer. Oseas 11:7 RVR1960
Queridos amigos, la mayor parte de mi vida la viví como incrédulo. Me comporté irreverente con Dios en muchas ocasiones y lo rechacé constantemente.
Recién ahora que lo conozco, puedo discernir que me estuvo acompañando todo el tiempo a pesar de mi actitud y comportamiento. Si no fuera por su obra sobre mí, seguiría tan perdido como estuve antes de convertirme. Él atrae a sí a las almas extraviadas, y nadie puede ir a Él a menos que Él así lo decida.
A pesar de mi ignorancia arrogante (arrogancia ignorante) y de mi ingratitud, el Todopoderoso Dios Padre no me abandonó para un buen día bendecirme con su maravillosa gracia. Y aquí tienen al pecador que negaba a Dios, esforzándose porque otros lo puedan hallar.
De manera similar el pueblo de Israel se comportaba muy ingratamente con Jehová. Él se les había manifestado visiblemente, había suplido sus necesidades y habían recibido sus consejos directamente. Pero por su corazón endurecido (no arrepentido) preferían seguir sus propios consejos sin reconocer a Dios y menos darle las gracias. Cosa mala, pues terminaron descarriándose.
Uno podría preguntarse, ¿qué tenían en la cabeza para rechazar a un Dios que les había mostrado su poder y demostrado su amor? Cuando se hacen las cosas en la propia fuerza el pecado suele ayudar, haciendo que las tentaciones dominen el corazón. Entonces hacer el mal de continuo, resulta fácil y atractivo.
Israel al ser el pueblo escogido de Dios, recibió de Su divino amor. El Señor actuaba como el mejor padre amoroso ante un hijo terco, que terminaría siendo castigado como corresponde, pues ese es el actuar de un padre amoroso y justo.
Como todo buen padre Dios les ofrecía a los israelitas restaurarlos si se volvían a Él, lo había ofrecido en repetidas ocasiones, pero ellos lo rechazaban neciamente. Él se revela como un padre cercano y cariñoso, predispuesto a velar por las necesidades de sus hijos.
Pero el pecado conlleva inevitables consecuencias, especialmente cuando se persiste en incurrir en él, manteniéndose alejado de Dios, en realidad, creando una barrera infranqueable entre Dios y el pecador.
Dios no quiere que nadie perezca, pero los pecadores por sus propias obras terminan en perdición. El Señor perdona al pecador arrepentido, porque la sangre de Jesucristo es suficiente para justificar al más pecador de los pecadores, siempre y cuando se lo reconozca como Señor y salvador.
El Señor, y sólo Él, enseña por su Espíritu, sostiene mediante su poder, y consigue enderezar para recorrer sus caminos. Su gracia cambia radicalmente al bendecido, lo libera de la esclavitud del pecado, cortando de raíz ese amor por el pecado. Su Espíritu da convencimiento de pecado y hace que el pecador se reconozca como tal, al extremo de decir que no hay nadie peor que él.
Pero no se trata de sufrir, sino de disfrutar de la bienaventuranza de haber sido bendecido, de amar y seguir el Evangelio, alimentándose de él para vida eterna.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.