Porque he aquí, el que forma los montes, y crea el viento, y anuncia al hombre su pensamiento; el que hace de las tinieblas mañana, y pasa sobre las alturas de la tierra; Jehová Dios de los ejércitos es su nombre. Amós 4:13 RVR1960
Queridos amigos, esta es una de las descripciones más poderosas de la majestad de Jehová, Dios de los ejércitos.
El profeta Isaías hace estas preguntas retóricas: ¿Quién ha sostenido las aguas de los océanos en la mano y ha medido los cielos con la palma de su mano? ¿Quién sabe cuánto pesa la tierra, o ha pesado las montañas y los cerros en una balanza? (Isaías 40:12). La respuesta es muy obvia, solo el Dios majestuoso y soberano de la Biblia es capaz de ello y mucho más.
La expresión “Jehová Dios de los ejércitos” evoca la idea de gran poder, el poder que posee el gobernante soberano del universo, quien tiene bajo su mando a las fuerzas que sirven desde sus cortes celestiales. Esta condición induce a tener profundo respeto y temor, y al mismo tiempo también es fuente de consuelo y ánimo para su pueblo.
La desobediencia del pueblo de Israel conducía a que se enfrentara con un Dios todopoderoso y temible, que había estado advirtiéndoles por medio del hambre, de la falta de lluvias, las plagas y la guerra. A pesar de tales desastres, que debían haber conseguido que la gente vuelva a Dios, seguían ignorándolo.
Ya desde tiempos de Samuel, cuando la monarquía en Israel fue establecida, se había hablado claramente del peligro de desobedecer a Dios por obedecer a los hombres (1 Samuel 12:1-25).
En este pasaje Amós anuncia que lo más probable es que van a comparecer ante ese Dios todopoderoso para recibir su sentencia justa por su falta de obediencia. Dicho encuentro no será de carácter amistoso sino para recibir su juicio y castigo definitivos.
Observamos cómo el corazón carnal del hombre de todos los tiempos no ceja en su afán de hacer las cosas confiando en sí mismo. Busca solucionar sus problemas sin acordarse de su Creador, quiere complacer sus necesidades con todo lo que no satisface en verdad.
Resulta penoso mirar la necedad con que se desenvuelve el hombre natural, pues no le interesa incluir a Dios en su ecuación y se somete a seguir la voz de sus deseos carnales, omitiendo de esa manera a quien le puede dar verdaderamente todo lo que necesita.
Cuando el apóstol Juan indica que Dios no tiene necesidad de que nadie le dé testimonio acerca de los hombres, pues él conoce lo que hay en el hombre (Juan 2:25), es porque Dios sabe de su dureza de corazón, de su orgullo y egoísmo.
Así como en la antigüedad, el hombre moderno también practica la religión para satisfacer sus propias necesidades y deseos, no lo hace para satisfacer a Dios. Observamos que en los últimos tiempos el número de personas religiosas viene creciendo de manera sorprendente, especialmente en las iglesias evangélicas y similares, sin embargo, no representa una prueba de un avivamiento de la fe verdadera.
¿Cuántos de dichos religiosos están dispuestos a abandonar el mundo y morir a sí mismos por Jesucristo? ¿Cuántos aceptan de corazón someterse al señorío del Rey de reyes para convertirse en su esclavos?
Esta gente está dispuesta a obedecer a sus líderes religiosos porque les dicen lo que quieren oír y no los confrontan con la verdad de la Palabra. De esa manera cubren sus necesidades seudo espirituales y sienten que están caminando por el camino correcto sustentados en doctrinas que les son satisfactorias. Cuando se enteran cómo debe vivir un genuino seguidor de Cristo se espantan, rechazan y huyen.
Así como están las cosas, el gran encuentro con Dios será terrible para el hombre natural que vive en un rechazo constante hacia Dios, pues recibirá su merecida condenación. Existe la posibilidad que el encuentro sea glorioso, si llega a existir arrepentimiento de pecados, es decir un cambio radical de vida, siguiendo fielmente las enseñanzas del Señor.
Quienes confían en Dios, oran así: Fielmente respondes a nuestras oraciones con imponentes obras, oh Dios nuestro salvador. Eres la esperanza de todos los que habitan la tierra, incluso de los que navegan en mares distantes. Con tu poder formaste las montañas y te armaste de una fuerza poderosa. Calmaste los océanos enfurecidos, con sus impetuosas olas, y silenciaste los gritos de las naciones. Los que viven en los extremos de la tierra quedan asombrados ante tus maravillas. Desde donde sale el sol hasta donde se pone, tú inspiras gritos de alegría (Salmos 65:5-8).
Les deseo un día muy bendecido.