¡Quién diera que tuviesen tal corazón, que me temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos, para que a ellos y a sus hijos les fuese bien para siempre! Deuteronomio 5:29 RVR1960
Queridos, amigos, existe una gran diferencia entre hacer las cosas de forma forzada o voluntaria. De igual manera la distancia entre realizar algo con un interés específico es enorme entre aquello que se hace de forma desinteresada.
Desde que el Señor me dio un nuevo discernimiento vengo observando el comportamiento de quienes me rodean. La mayoría de las personas que dicen creer en Dios, mencionan poseer gran fe por su seguridad de que Él es bueno y les dará lo que necesitan o les protegerá. En la regla no se plantean si será posible dar algo a Dios, que no sea solo por retribución.
El intercambio de favores es muy común en nuestra cultura. Por ejemplo, una buena parte de los danzarines en el carnaval de Oruro – Bolivia bailan tres años consecutivos en honor de la “mamita del socavón” como parte de una promesa, en retribución a alguna obra realizada o por realizarse a su favor por la mencionada virgen. Realizan sacrificios físicos para devolver favores a la deidad.
Es bastante obvio que es más sencillo pasarla bien bailando, aunque también representa un esfuerzo, que pensar en ser obediente a las duras exigencias de Dios. El estricto cumplimiento de la promesa libera de toda obligación, y quiera Dios, que no se presente la siguiente necesidad.
Acercarse a Dios por necesidad, sin antes haber desarrollado una relación con Él, resulta ser un acto interesado. Peor todavía es exigirle una explicación sobre algún suceso determinado sin siquiera conocerle, es como pedirle una rendición de cuentas a un desconocido, que podría estar escuchando por cortesía, mientras piensa, y a este ¿de dónde le conozco?
Por otra parte está la obediencia condicionada, pórtate bien para que Dios no te castigue. El buen comportamiento como consecuencia de una amenaza resulta ser forzado. Otro caso también muy arraigado en nuestra cultura.
La persona que conoce a Dios sabe del bien que no hace y también del mal que hace, esa es la primera condición para conocer el propio corazón para arrepentimiento. Esto solo es posible si se reconoce a Jesucristo como Señor y salvador y si la persona ha sido regenerada en espíritu por el Espíritu Santo para vida nueva. Cumpliendo estas condiciones se puede empezar a sostener una relación con Dios. Aunque algunos convertidos se sientan poderosos por poder llamarse amigos e hijos de Dios, lo cual no es incorrecto, pero el corazón del pecador debería buscar humillarse ante su Creador, sintiendo que la gracia de solo poder ser su siervo, ojalá fiel, es suficiente.
Existe una diferencia entre los que gozamos de la presencia de Cristo en nosotros, el pueblo de Israel del tiempo Moises y el pueblo de los impíos de nuestros días. Los convertidos anhelamos en lo más profundo de nuestro ser inclinar nuestros corazones en temor a Dios para serle obedientes. Procedemos así porque lo queremos voluntariamente, el resto lo hace por exigencia o por interés.
El pueblo hebreo pasaba arrebatos por los mandamientos de la ley, pero su arrepentimiento no era genuino. Las palabras de Dios podrían haber sido “no solo de intenciones vive el hombre”. Pero nos encontramos ante un Dios bueno que desea la salvación de los miserables pecadores. Una sola prueba debería ser suficiente, merecemos morir ipso facto por nuestros pecados, pero Él es paciente y nos da tiempo para arrepentirnos.
Otra maravillosa prueba de su infinita bondad es que mandó a su Hijo a morir en muerte sustituta por nuestros pecados. Más clara no podía haber sido su demostración de no querer que perezcamos en justo juicio.
Ojalá que nuestra predisposición fuera similar a la que demostramos cuando nos encontramos ante una enfermedad, ante el dolor de una posible pérdida o peor ante la muerte, es entonces donde muchos recurren a Dios de forma casi desesperada.
Nuestra disposición debe ser la de tener un corazón tal, que nos lleve a temer y guardar todos los días los mandamientos de Dios. El Señor nos quiere completamente dedicados a Él. El buen resultado es que de esa manera se vive realmente feliz, Dios quiere que vivamos una mejor vida.
Les deseo un día muy bendecido.